Una fritada en Iñaquito
Fritada y chulpi en el mercado de Iñaquito
Ignacio Medina
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Vuelvo a Iñaquito buscando refugio en las mesas del mercado y recuperando una costumbre que se interrumpió con la pandemia y empezaba a extrañar.
No sé bien por qué dejé de venir, pero la última vez fue cuando rodábamos para Secretos de Familia, protegido con una máscara plástica que me puso alguien de producción.
También me he alejado del Mercado Central, pero esa ha sido una decisión consciente. No me apetece ir. Los puestos de presunta corvina frita colonizaron buena parte del mercado en una dinámica que solo pareció buena idea mientras hubo turistas.
Dejó de serlo cuando el turismo cayó al mismo ritmo que aumentó la inseguridad en la zona: mucha oferta de corvina y poco cliente. Mi día de suerte llegaba cuando el sucedáneo de la corvina era congrio rojo, mil veces mejor que la corvina.
Al final, no merecía la pena jugarse el celular y la billetera para comer algo que puedes encontrar en lugares más tranquilos.
Comparado, Iñaquito es un espacio familiar, todavía con la pátina de barrio, que además ejerce como mercado. Las paradas de la fruta, los tubérculos, los abarrotes, el pollo, la carne o los pescados siguen firmes.
El cliente de siempre o de paso no tiene la competencia del turista tragón, que se lo empuja todo sin preguntar ni valorar.
Llego a las nueve de la mañana y algo no cuadra: no encuentro el hornado. Doy otra vuelta, por si se ha reubicado, pero sigo sin encontrar las tres o cuatro vendedoras de los viejos tiempos.
Pregunto y me dicen que llegan más tarde; la clientela ha menguado y solo lo busca para el almuerzo. Otra víctima colateral de la pandemia y el teletrabajo que llegó con ella.
La parte exterior del mercado se ha poblado de mesas. Los chicharrones, las fritadas, los riñones de chancho el sábado, se asoman a la calle, desde los puestos de bebidas, licores y abarrotes que bordean el edificio.
Me detengo en 'La Lorenita'. Hoy desayuno mote con fritada y chulpi, con un añadido de cuero frito. Me siento a comerlo, y a gozarlo, siguiendo desde mi mesa el ritmo del mercado y la vida de los vecinos.
'La Rosita', algo más allá, se presenta como restaurante y cubre sus mesas sugiriendo otro trato, mientras 'Las Fritadas de Iñaquito' se anuncia: mote con chicharrón, cevichocho, licores, frituras y frutos secos.
El resto se busca dentro. 'La Sazón de Cristina' propone yahuarlocro, caldo de pata, pollo al horno o frito, o caldo de menudencia, mientras el vecino va más lejos y agrega churrasco, corvina con ceviche de camarón, o apanados.
En 'La Cocina de Mamá', al otro lado de la salida trasera, llegan la corvina frita y el seco de pollo.
Y luego, junto a los jugos y los batidos -con un apartado dedicado al borojó, con la alfalfa como protagonista de muchas preparaciones-, están 'Las Mega Corvinas a la plancha'. Porciones, medias, enteras, con invitados de paso como la tilapia y el pargo.
La vida sigue su ritmo en Iñaquito. Bendito sea Quito Turismo por no incluirlo en sus rutas.
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