Una rara secta: los coleccionistas de libros
Andar calles y librerías para encontrarse con joyas que pueden costar millones o apenas centavos. Así es el recorrido por la secta de los coleccionistas de libros usados.
Walter Sanseviero, Federico Barea y Begoña Ripoll comparten su devoción por los libros desde diversos lugares del planeta.
Archivo Mundo Diners
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Esta nota está basada en el artículo "La secta de los bibliófilos", publicada en la Revista Mundo Diners
En esta secta no existen eufemismos alrededor de la muerte, ideologías radicales ni promesas metafísicas. Nadie llega a ella buscando respuestas a sus dudas existenciales.
Por otro lado, los únicos mandamientos que la rigen son los que crea cada integrante. Hay fanatismo, sí, y una pugna que se gana con la vista y el olfato muy agudos, producto de la experiencia entre repisas. La ceremonia sectaria inicia cuando el coleccionista recorre esa especie de cartografía secreta que trazan las librerías de usados. A modo de ritual, el cofrade entra sin mostrar las ganas, esperando que alguna sea su isla del tesoro.
Casi como una doctrina, el adepto va hasta la página de créditos o al colofón del libro escogido. Las palabras “primera edición” le indican que se encuentra ante la versión inaugural de una obra magnífica.
Rastrear y encontrar: una liturgia
Parece que nadie se propone volverse coleccionista de libros y, mucho menos, adherirse a una secta. “Me convertí en uno sin percatarme. Comencé comprando primeras ediciones de la generación del 27, Neruda, vanguardias de los años veinte y treinta. Cuando me di cuenta estaba sumando temas”, dice el curador de bibliotecas privadas y anticuario peruano Walter Sanseviero.
Igual le sucedió al coleccionista argentino Federico Barea. Confiesa que llegó a ser uno muy a su pesar. “Casi sin saber ni entender. Muchas veces me autodefino como bibliógrafo: armo la bibliografía de un escritor y después busco el material”. Así nació su vicio de investigar, que culmina en colecciones de libros y revistas. En su caso, su afición suele financiarse con la venta de libros a otros que comparten su fervor.
Caza menor y caza mayor
- Estos son dos términos acuñados por los bibliómanos. En la caza mayor se encuentra algo que se buscaba de forma predeterminada. Es como pasar horas al pie de la trampa o la mirilla del rifle, esperando la oportunidad de dar con un libro codiciado. La caza menor es la más frecuente y casi siempre se relaciona con la serendipia. Un día alguien te ve leyendo y dice: “Tengo un libro igual a ese, llámame y te lo obsequio”. En esta modalidad también tienen cabida los trueques con libreros u otros guardalibros
Nichos de coleccionistas de libros
Pero qué cualidades debe cultivar uno de estos caza libros. La lectura, el estudio constante, la curiosidad y una condición primordial: nunca rendirse. Para el investigador colombiano Sebastián Mejía los coleccionistas de libros se perfilan, sin saberlo, desde sus primeros años de vida. “Establecí una peculiar relación con los libros y sus ‘ecos’. A partir de ahí construí un vínculo de obsesiva interpretación de todas las facetas de los textos escritos”.
Y entonces ¿dónde encontrar estos espacios sectarios? “Si tuviera que escoger una librería de usado de América Latina sería Merlín, un laberinto fascinante”, dice Carrión. También en Bogotá, Álvaro Castillo, el 'librovejero' de García Márquez, se mueve entre altas columnas de obras que lo rodean en el beato de su devoción: San Librario.
Más al norte, en Ciudad de México, Max Ramos regenta El Burro Culto, alojada en un apartamento incógnito donde máscaras, pequeños tótems, puertas y muros con imágenes al estilo El Bosco.
En Quito, Kosmos atiende a sus lectores con experticia y vinilos, una buena conversación y el complemento de Casa Mitómana, un invernadero cultural. Un librero sin nombre en La Habana, rodeado de veintidós perros pulgosos, decide qué le vende a quién, y el precio varía según la disposición del cliente para escuchar historias de sueños y premoniciones.
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