Sabrina Duque: una mirada certera a personajes de Brasil y Portugal
La edición ecuatoriana de 'Necesito saber hoy de tu vida', de Sabrina Duque, acerca al lector a la idea de que un perfil periodístico, más que contar una vida, cuenta todo un universo.
Portada de "Necesito saber hoy de tu vida", de Sabrina Duque. Un libro con nueve espectaculares perfiles.
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En términos concretos, el perfil es un retrato. Uno con palabras. Donde hay una persona que se muestra, desde la perspectiva de quien escribe. Están ahí sus características físicas, su pensamiento, los hechos y acciones en su vida. Aquello que vale contarse.
No se pinta con colores, se establece la composición a través de oraciones. Usando frases con sentido completo y autonomía sintáctica. Hay adjetivos donde deben ser usados, reflexiones en el lugar donde deben ir, descripciones que ayudan a darle forma al espacio.
Esto es posible en varios casos. A veces solo es cuestión de leer mucho y de pensar con claridad lo que se quiere poner en el texto.
Pero cuando se habla de la obra de Sabrina Duque hay más. Mucho más.
Sus perfiles son un retrato, es verdad. Pero son al retrato lo que Las meninas de Velázquez son a la pintura. Es lo que se ve, lo que se lee, pero hay mucho más en cada una de las páginas de Necesito saber hoy de tu vida (Siamesa editora 2021).
Duque cuenta la vida de personajes de Portugal y de Brasil -alguno más popular que otro- y en el camino consigue algo adicional.
Ella está ahí, en los escritos, como Velázquez en el cuadro. Analiza, profundiza en algo más que orbita alrededor de la persona de la que habla. Cuenta sus impresiones y experiencias. No es solo saber sobre la vida de alguien, es también recibir más datos sobre lo que los personajes representan y su puesto en la estructura social e histórica en la que están.
Sabrina Duque saborea una idiosincrasia diferente a la propia y abraza esa extrañeza y no definirla como ajena. En realidad hay una empatía que es capaz de entregar a quien lee frases que no solo suenan a punto final y a certeza. Duque escribe con belleza.
El mundo, desde esa escritura, también puede ser un lugar hermoso para vivir.
Los seres y las vidas que aparecen
Lectores y lectoras de Sabrina Duque ya habrán apreciado algunos de estos textos con anterioridad, sobre todo en la revista Etiqueta Negra, en el que se publicó la mayoría.
Para el libro, los textos se han actualizado -como debe ser siempre-.
Aquí hay varios seres impresionantes, coloridos, brutalmente claros y escondidos. Unos bien oscuros y siniestros, también. Y al mostrarlos, ella sentencia que en los perfiles hay más que el ser humano y el recuento de hechos.
La persona es lo que piensa, lo que enfrenta, lo que propone, el rol que cumple en el lugar en el que está.
Quien la mira y retrata es también una persona que trata de encontrar puntos de ubicación y un eje en países en los que se habla una lengua que no es su español natal: Portugal y Brasil.
Cuando Sabrina Duque habla de Vasco Pimentel, el gran sonidista portugués, se enfrenta a esa relación humana con el silencio y el ruido. Lo que sucede a través el contacto con lo sonoro. Ahí hay un cuestionamiento intenso. El personaje lo define, la periodista y escritora se zambulle más en el terreno y atrapa a quien lee.
Ella transcribe una maravillosa y poética manera que tiene Pimentel para definir la falta de sonido: "El silencio (...) es todo lo que sigue sonando alrededor de un gorrión que se muere".
Si se trata del cantautor Roberto Carlos, la situación es similar. Se conoce su vida, su historia, lo que cuenta en lo que canta y se entiende más sobre lo que él carga sobre sus hombros, que es mucho. ¿Se debe denostar el gusto masivo?
El brasileño ha sobrevivido a esa pregunta. "Roberto Carlos es dopamina popular", escribe con justicia Duque.
Cuando habla sobre el gran Eusebio, ella cuenta que le falló: "La madrugada del día 5 (de enero), dos semanas antes de nuestro encuentro, Eusebio murió". Y habla de fútbol, de pasión, de importancia, de Portugal, del Novo Estado de António de Oliverira Salazar, del Benfica, de los rituales, del cariño. Sabrina Duque intenta comprender la ciudad en la que vivió en el tiempo que escribió esto.
Entonces, cuenta la vida de ese gran jugador y lo que fue su despedida en Lisboa, con un cortejo fúnebre que recorrió la ciudad a menos de 10 kilómetros por hora. "Los peatones no podían cruzar las calles. O mejor: nadie parecía querer cruzar las calles". No hay mejor tributo que ese.
También, en su conocido texto sobre Cristiano Ronaldo consigue dos cosas impresionantes. ¿La primera? Que cualquier antipatía contra el jugador desaparezca. Porque la autora ya ha venido explicando cómo son los portugueses y qué esperar de ellos. Esas diferencias culturales que pueden costar aceptar.
¿La segunda? La mejor descripción que existe sobre el jugador en la cancha: "... pero Cristiano Ronaldo avanza erguido, con la columna vertebral alargada hacia el cielo, brazos y piernas difuminándose con la velocidad".
Uno de los mejores textos, sin duda, es en el que al referirsr sobre el trabajo de Celia Catunda, directora de proyectos de animación, pone en primer plano el trabajo de mujeres en la historia del desarrollo de la ciencia y la tecnología.
Haciendo gala de una investigación exhaustiva, Duque habla del "Club de Toby" en la animación -lo define como "Un Vaticano en tecnicolor"- y de cómo en terrenos académicos, universitarios y en la vida misma, la mujer ha sido relegada a un segundo o tercer plano. Y se burla de las justificaciones que se han usado para eso.
Este texto es imperdible.
Así como aquel en el que explica, con mucha dulzura, cómo es el trato en Lisboa, al hablar de cómo los meseros toman órdenes en restaurantes. Sabrina Duque resume con sus palabras una sociedad en la que la palabra tiene el mayor peso del mundo.
Cuando habla de Eike Batista y su aparente riqueza y su caída que terminó en prisión, ella está hablando de la corrupción, de Lava Jato, de Odebretch, de los presidentes y vicepresidentes latinoamericanos presos, del expresidente de Perú que se suicidó. De la ostentación y de la necesidad de hacer más dinero, como única forma crecer.
Duque regala la historia de Antonio Egaz Moniz, un premio Nobel de Medicina que no se recuerda por fuera de ciertas esferas y aprovecha para hacer un repaso sobre el manejo de la salud mental en el siglo XX. Gracias a Dios hay medicinas, si no seguirían taladrando cráneos con más fuerza.
Y el cierre perfecto es con el poeta Fernando Pessoa. El Pessoa que muestra Duque rompe lo que se piensa de él, aumenta la leyenda, le da otro matiz. Ella mira alrededor, habla con alguien que lo conoció, reconoce la importancia entre la gente que encuentra a su camino.
Saben que es importante, lo han leído y no lo han leído. Recitan sus poemas. Ella recoge el centenar de heterónimos que usó para hacer su obra. El buen humor y la gracia.
Ya no hay nube negra al final. Pessoa se transmuta. Es todo lo que circula a su alrededor. Con este texto, no solo se cierra un libro o una publicación; también lo hace un sistema.
Duque mira, aparece, escribe, entrega, muestra más allá del centro. El perfil es un cuadro y la palabra está en primer plano, y permite ver más allá. Como la luz que entra en el cuadro de Velázquez, cuando esa persona abre la puerta, al fondo.
Un perfil es luz sobre el personaje y sobre el mundo.
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