Niños se salvaron milagrosamente de masacre en Playita del Guasmo
Habitantes de la Playita del Guasmo, en el sur de Guayaquil, cuentan que varios niños del sector pudieron morir en la masacre del 21 de enero de 2022.
Cancha de multiusos de la Playita del Guasmo, donde se produjo la masacre de seis personas. Guayaquil, 1 de febrero de 2022.
Carolina Mella
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Aquella noche del viernes 21 de enero de 2022, casi era la hora del peloteo de los niños en la Playita del Guasmo.
Como era habitual, a las 21:00, la cancha se llenaba de niños de entre 12 y 14 años para jugar fútbol en el único lugar recreativo que hay en el sector.
“¡Yandri!, ¡Mario!... ¡vamos!”, gritaba José, de 13 años, mientras pasaba cerca de las ventanas de las casas de los amigos camino a la cancha.
Ya estaba sentado en las gradas esperando que un grupo de hombres hiciera los últimos saques y recogiera la red donde jugaban voleibol, hasta que su abuela lo fue a buscar para que la ayudara a atar unos cangrejos.
“Cuando nos dimos cuenta de que ese ruido intenso no era de petardos, sino disparos, la reacción fue salir a buscar a los niños”, cuenta Josefina, testigo de la masacre en la Playita del Guasmo.
Si los 13 hombres con pasamontañas, ametralladoras y fusiles de alto calibre hubiesen desembarcado 10 minutos después, entre las víctimas de la masacre habría niños, porque “los mercenarios no miraron nada, llegaron disparando”.
Los victimarios no tenían un objetivo definido, pero sí un mensaje.
“Quieren que el nombre de su banda trascienda, que digan que son ellos, que tienen el poder”, dice Mauricio.
Él es uno de los primeros habitantes del lugar, que rellanaron el manglar de la Cooperativa San Filipo, conocida como la Playita del Guasmo, para fundar su barrio a orillas del Estero Cobina, un brazo de mar del río Guayas, ubicado en el sur de Guayaquil.
El Guasmo es parte del Distrito Sur, donde habitan 500.000 personas. La Playita del Guasmo, al igual que la mayoría de los barrios en Guayaquil, se levantó en invasiones que rellenaron el manglar.
Un pequeño muelle mueve el comercio de pescado, camarón y cangrejos, que atrae a personas de todos los sectores en busca de trabajo.
En 2004 se inauguró un malecón al que rellenaron con arena para convertirlo en un balneario y un espacio de entretenimiento, aprovechando el agua tranquila del estero.
Pero su ubicación también es estratégica porque está a menos de dos kilómetros del Puerto de la Guayaquil, donde se incauta el 25% de la droga de todo el país.
La hipótesis de la Policía es que la masacre tiene relación con una venganza por un triple crimen que ocurrió tres días antes, pero también por la disputa del territorio, porque la Playita aún no está "colonizada".
Muchos de sus habitantes se han resistido a ser parte de la cadena de operaciones del narcotráfico, que ha llegado al lugar con ofertas ostentosas, como pagar hasta USD 50.000 por el alquiler de una casa que sirva como bodega de droga.
"Si uno se deja vencer y acepta una vez, no puede salir de eso, y vienen los problemas. Por eso hay tantos muertos en las calles", comenta un morador.
Las víctimas de la masacre
Solo uno de los seis asesinados tenía sentencia de muerte por el narcotráfico. Los demás eran pescadores, cangrejeros, indigentes y un migrante.
Ricky había llegado de visita al país por las fiestas de Navidad y Fin de Año. Debía regresar a España la semana de la masacre, pero perdió el vuelo porque la prueba PCR de Covid-19 salió positiva y le cambiaron el pasaje para después de cinco días.
Sin embargo, murió acribillado en la cancha, donde miraba un partido.
El asesinato de ‘Fataché’, es uno de los más tristes para Josefina. Tenía 24 años y, al parecer, consumía drogas, pero “era un muchacho tranquilo”.
“Era el chico que ayudaba a todos. Limpiaba pescado o ataba cangrejos en la playita, cargaba los motores, o nos ayudaba cuando necesitábamos algo, traía el vuelto y de ahí se ganaba su propina”, expresa Josefina, aún consternada.
“Su muerte nos entristeció mucho. Él caminaba a la tienda porque lo habían mandado a comprar cola, cuando se cruzó con esos hombres y le dispararon”.
‘Turbo’ era otro muchacho que también hacía mandados para conseguir unos dólares y comprar droga para su consumo.
“Él estaba en la cancha porque le habían encargado comprar un pollo asado y estaba sentado esperando que le dieran una presa para comer”, cuenta otro testigo.
Las demás víctimas no vivían en el sector. “Eran pescadores que alquilaban una habitación en la zona para estar cerca del muelle donde trabajaban”, explica Henry Herrera, jefe del Distrito Sur de la Policía.
Los moradores identificaron claramente al hombre que tenía antecedentes penales y que era el objetivo de los mercenarios.
“A él le dispararon una y otra vez, ya estaba muerto, pero le seguían disparando, lo pateaban y le disparaban otra vez”, cuenta un habitante detrás de las rejas de la casa, donde permanece desde aquel día por temor a que ocurra un nuevo suceso violento.
Es miércoles y hay silencio en la Playita del Guasmo. Más de 10 días después de la masacre, los vecinos apenas se acercan a las ventanas de sus viviendas.
La gente camina bordeando la única cancha que hay en la Playita, como señal de respeto por las almas de quienes murieron acribillados en una guerra de la que no todos formaban parte.
12 días sin muertos
Después de la masacre del 21 de enero en la Playita del Guasmo, el Distrito Sur no registró muertes violentas durante 12 días seguidos.
Un hecho inédito, dice el coronel Herrera, en un lugar donde han ocurrido ya 19 homicidios, 12 más que en el mismo periodo del año pasado.
Según Herrera, han reforzado la presencia policial en la zona, aunque la medida no ha sido bien recibida por la ciudadanía, que en algunos casos los han atacado en medio de operativos de control.
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