Los barrios son los fortines del crimen organizado en Esmeraldas
La guerra de las bandas narcodelictivas se libra en los barrios de Esmeraldas. PRIMICIAS, junto a un equipo militar, recorrió La Propicia y Santa Martha, dos de las zonas más conflictivas de esa ciudad.
Militares recorren las calles del barrio Santa Martha, el 29 de octubre de 2022, en Esmeraldas
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Son las 19:00 del sábado 29 de octubre de 2022. Las calles y avenidas del centro de Esmeraldas, capital de la provincia del mismo nombre, están vacías.
Unos pocos vehículos y motocicletas circulan por la zona y unos pocos locales abiertos ofrecen comida. Las tiendas y los supermercados, a excepción de las licorerías, están cerrados. A pesar de ser fin de semana, el silencio reina y todo aparenta tranquilidad.
Pero es solo una percepción, porque entre el 1 de enero y el 22 de octubre de 2022, en esa ciudad se han cometido 418 asesinatos. Un promedio de 1,42 crímenes cada día, según los registros de la Policía Nacional.
Esa violencia ha conducido a esta ciudad a tener un promedio de 63 muertes violentas por cada 100.000 habitantes. Esa tasa es la más alta del país y sería suficiente para que Esmeraldas se ubique entre las 10 localidades más peligrosas del mundo, considerando los índices de muertes violentas de 2021.
Desde el 3 de junio de 2022, esa provincia es una zona especial de seguridad y opera una Fuerza de Tarea Conjunta de policías y militares.
Mientras la ciudad parece calmada, en las instalaciones militares, un equipo de combate de las Fuerzas Armadas (FF.AA.) se prepara para un operativo nocturno.
Unos 20 efectivos de tropa y un oficial reciben las instrucciones para ingresar a dos de los barrios más conflictivos de la ciudad.
La noche de ese sábado, al igual que todas las noches de los últimos cinco meses, los uniformados recorrerán zonas dominadas por las bandas narcodelictivas, que mantienen en una guerra por territorio.
Niños y mujeres dan las alertas
Esta noche los barrios escogidos son La Propicia y Santa Martha, dominados por Los Gángsters. Este grupo se enfrenta a Los Tiguerones, que tienen su fortín en otro sector de la ciudad conocido cómo La Guacharaca.Un equipo de PRIMICIAS acompañó los operativos.
Los militares entrarán solos y en caso de que haya arrestos llamarán a la Policía para que tomen el procedimiento legal. ¿Por qué? "Así es más seguro", responde uno de los militares que participarán en el operativo. "A los policías los reciben con disparos".
Cada soldado lleva un chaleco antibalas, que pesa unas 30 libras, un casco y un fusil cargado, con varias alimentadoras llenas de munición. El equipo lleva, en total, más de 1.000 municiones, pues no saben con qué se encontrarán.
Tres días antes, en el mismo barrio Santa Martha, recibieron disparos y tuvieron que responder. Allí los delincuentes suelen poner troncos y piedras para que los uniformados no entren. Incluso han levantado muros de bloque y cemento.
Los militares se distribuyen en tres camionetas y repasan sus movimientos.
Esta noche esperan "golpear". Es el término que utilizan los uniformados para referirse a un tipo de operativo en el que llegan por sorpresa a los barrios, bajan de las camionetas y empiezan a requisar a las personas.
Es común que, al verlos, los delincuentes corren y los militares tengan que perseguirlos.
La atención de los soldados tiene que estar afinada siempre, incluyendo los traslados. Esa misma semana, en otro operativo, un vehículo militar recibió un disparo desde un sitio no identificado.
La bala ingresó por el parabrisas y pasó en medio de los dos uniformados. No hubo heridos.
Los militares piden no tomar fotografías con flash, ni activar linternas. Las tres camionetas que movilizan a los uniformados se comunican a través de radios y cada movimiento es coordinado.
Al ingresar a los barrios el panorama de calma cambia por completo.
El ambiente lo dominan acordes de salsa que se reproducen desde los parlantes ubicados junto a las ventanas abiertas. A diferencia de lo que ocurre en el centro, las veredas están repletas de personas, desde niños hasta adultos mayores.
Hay puestos de comida, personas ingiriendo alcohol, jugando fútbol, y conversando. En ciertos pasajes el olor a marihuana se percibe fácilmente.
El primer punto es La Propicia. A la entrada del barrio hay una cancha de fútbol que contrasta con la realidad del sitio. Está totalmente iluminado y tiene césped sintético. Es una obra reciente.
En las calles aledañas las muestras de pobreza están latentes.
En la primera esquina, los militares se bajan de las camionetas y empiezan a correr a través de los callejones que conectan a las casas. La mayoría de transeúntes no se inmuta, pero otros silban, graban con sus celulares y gritan.
Es la forma de avisar a los integrantes de las bandas que hay presencia de uniformados. Esa noche, en La Propicia no hay novedades. Los soldados vuelven a sus puestos y avanzan al siguiente punto.
Explosivos en Santa Martha
El siguiente punto marcado en la ruta es Santa Martha. "Esto sí es caliente", dice el oficial, quien recomienda a sus tropas más cuidado y atención.
En esa zona hay más movimiento. Las personas están en los portales de sus viviendas. Miran la llegada de los militares con armas largas en sus brazos y la mayoría los ignora.
Un niño de cuatro años, toma un palo, simulando apuntar con un arma. Apunta a los militares y con su boca emula el ruido de una detonación.
Un niño que camina por ahí grita: "aquí no entran Los Choneros". Según los militares, hay niños desde los 11 y 12 años que ya forman parte de las estructuras de los grupos criminales organizados.
Los equipos llegan a una esquina donde suena 'Mi mayor venganza' de La India. Cuando los efectivos empiezan a correr, la gente sube el volumen de la música al máximo, los niños y las mujeres empiezan a gritar.
Aquí también ese es el aviso para que los delincuentes se escondan. "Es su esquema de seguridad", explican los militares mientras van hacia la ribera del río Esmeraldas.
Carlos Breilh, jefe de la Fuerza Naval en Esmeraldas, explica que este río es usado por los grupos organizados para mover armas, drogas y explosivos.
Generalmente, durante las requisas, van hacia ese sector para perderse entre la maleza o huir a bordo de embarcaciones artesanales equipadas con motores robados.
Cerca de la ribera, los militares requisan a dos jóvenes que intentaron evitarlos. Una de las integrantes del equipo escucha ruidos en los techos de las casas.
Siguen el rastro hasta el techo de un centro infantil. Los ruidos continúan en medio de una ocuridad total. De pronto, un sospechoso escapa dejando una bolsa con un polvo que, al parecer, es explosivo. También hay una mecha.
Cerca una mujer grita algo que no se entiende y un joven a bordo de una moto le recrimina a viva voz "si no sabe los códigos, mejor no diga nada". El muchacho tiene el cabello teñido de amarillo, "ese es un Tiguerón" dice el militar, "suelen pintarse el pelo".
El equipo táctico sube a su vehículo y se retira del lugar. Salir de los barrios es volver a la calma de las calles vacías, oscuras y en silencio.
Aunque a unos 10 minutos, en el balneario Las Palmas, hay fiesta. La gente viste disfraces por Halloween, bares y restaurantes están abiertos. La gente baila y disfruta.
"Esa es la otra Esmeraldas", dice uno de los militares a cargo de la Fuerza de Tarea.
En esa ciudad conviven tres rutinas: la de las calles y locales vacíos por el miedo; la de la inseguridad y el desorden de los barrios; y la del turismo y la fiesta de la playa.
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