La política fue el gran motor de Manuela Sáenz
Para ella el exilio fue pobreza y aislamiento: de Quito, del recuerdo del Libertador y de la política, esa que da poder y cuyo elixir ya había bebido.
Apertura Manuela
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Esta nota está basada en el artículo "El exilio perpetuo de Manuela Sáenz", de Diego Pérez Ordóñez, publicado en la Revista Mundo Diners, de mayo.
¿Cómo llegó a esta situación una de las protagonistas más tenaces y fascinantes de la historia del siglo XIX? La primera piedra en su camino fue el General Santander, quien la expulsó de Colombia. Luego, Vicente Rocafuerte le revocó el pasaporte y con ello le cerró la puerta a la posibilidad de que vuelva a su amada Quito.
A este obligado y perpetuo exilio se sumó la imposibilidad de que Manuela recibiera las rentas de sus propiedades en Quito. Tampoco pudo disputar su herencia. La calamidad y el destierro le hicieron sentir su cruel peso.
En medio de esta encrucijada, Manuela Sáenz se instaló en el puerto peruano de Paita, donde murió en 1859, en medio de una epidemia de difteria.
Paita en la época de Manuela
- Pamela S. Murray, académica estadounidense y una de las más recientes biógrafas de Manuela Sáenz, describe así a esta ciudad peruana: “El pueblo se levantaba sobre una costa acantilada, en el sur de una bahía, a unos cincuenta metros sobre el nivel del mar. Detrás se divisaba una planicie desértica. Pero, más allá de la teatralidad del entorno, Paita era una aldea pequeña y gris… Un visitante de la época la describió de esta forma: ‘… sin excepción, el lugar más inhóspito y desolador que un ser humano pueda elegir como morada". Sin embargo, por su ubicación, Paita se había convertido en un pequeño centro de actividad económica. Esto se debía a que se encontraba entre otros puertos mayores como el de Callao, Guayaquil y Valparaíso.
Manuela a través de los ojos de los paiteños
Ante todo, cabe mencionar que en aquella época, Paita vivía una bonanza, porque era parada obligada para los balleneros de Inglaterra.
En ese contexto, Manuela Sáenz se las arreglaba para vivir del comercio al menudeo de cigarrillos y dulces. También hacía traducciones del inglés.
La Manuela, que fue pieza clave de las jugadas políticas que dieron lugar a las jóvenes repúblicas de aquel entonces, ya no era la misma.
Al menos eso es lo que denota esta descripción con la que Ricardo Palma la retrata en "Tradiciones peruanas":
“Vestía pobremente, pero con aseo, y bien se adivinaba que ese cuerpo había usado en mejores tiempos raso y terciopelo. Era una señora de abundantes carnes, ojos negros y animadísimos, en los que parecía reconcentrado el resto de fuego vital que aún le quedaba, cara redonda y mano aristocrática”.
Juan José Flores: su gran apoyo
- El primer Presidente de la naciente e inestable República de Ecuador, Juan José Flores, fue su apoyo durante el exilio. A él Manuela Sáenz le escribió el 10 de agosto de 1844: “Yo soy de Quito y tengo ahí parientes; tenía amigos; y es como si jamás los hubiese tenido; creo que por una persona extraña no faltaría quien ande sus pasos y se realicen los cobros… " "Yo no sé qué hacer, a veces me dan barruntos de hacer una donación al abogado más activo que haya en Quito, a que cobre para él todo, aunque yo me muera de hambre. Al menos no se quedarían con la picardía de mis deudores… Créame usted, señor, que la desesperación me hace hablar a usted de esto, pues yo busco en Quito a quien dirigirme y no encuentro, pues ya he tocado con el desengaño”. (Tomado del Epistolario de Manuela Sáenz)
Le el artículo original de Mundo Diners aquí.
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