Cuando la literatura se apropia de la música
Este es un recorrido infatigable por la literatura y la música latinoamericanas, para detenernos en algunos de sus acordes y sus versos.
Como hermana mayor, la literatura se ha apropiado de la música y la ha puesto entre sus palabras.
Archivo Mundo Diners
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Somos un continente que primero escucha en la música lo que luego leerá, y que muchas veces, canta para escribir. La música fue la primera en contar el barrio, en hablar de los desamores, en narrar el día a día en la pampa, la frontera o el río.
A Gabriel García Márquez, por ejemplo, las palabras le llegaron desde la música y uno de sus primeros artículos lo dedicó al vallenato.
“Casi puede decirse que solo abre la boca para decir la letra y la melodía de sus propias canciones, como si no tuviera el mundo, para él, un idioma más adecuado y explosivo que el de su música”.
García Márquez sobre Rafael Escalona
Rafael Escalona fue un prolífico compositor reconocido en el Rockefeller Center por su trayectoria musical que siempre estuvo presente en la obra y la vida de García Márquez.
De hecho, en Cien años de soledad (1968) el escritor anota: “En el último salón abierto del desmantelado barrio de tolerancia, un conjunto de acordeones tocaba los cantos de Rafael Escalona, el sobrino del obispo, heredero de los secretos de Francisco el Hombre”.
Tropicalismo y letras
El ritmo en Cuba es una segunda religión. Se profesa con el Alejo Carpentier y su novela corta "Concierto barroco" (1974), con Vivaldi y el jazz de los años veinte como protagonistas. También está "La música en Cuba" (1946): en sus páginas, Carpentier recorre los cantos del siglo XVI, la contradanza y las creaciones populares de su época.
El culto pasa por un Leonardo Padura que entrevistó, entre otros, a Johnny Pacheco, Juan Formell, Papo Lucca y Juan Luis Guerra para su libro "Los rostros de la salsa" (1997).
“¡Showtime!” Así continúa la liturgia musical con la que nos da la bienvenida el escritor Guillermo Cabrera Infante a Tropicana, “el cabaret más fabuloso del mundo”. En la novela "Tres tristes tigres" (1967) una terna de amigos se sumerge en una noche habanera de calles desenfrenadas, música y placeres.
A este coro ritual se suma Pablo Milanés. Él invocó con su música la capacidad cubana de llevar a las partituras la poesía de sus autores míticos. En su álbum "Versos José Martí" (1973) presentó al público la versión cantada de "Yo soy un hombre sincero".
Además, Milanés musicalizó los versos de su compatriota Nicolás Guillén en un álbum de 1975 donde interpreta la reconocida Canción (“De qué callada manera”).
El sur también existe
Desde la muerte de Carlos Gardel, la nostalgia del sur se hizo tango. Hoy escuchamos "Para las seis cuerdas" (1965) de Jorge Luis Borges, musicalizado por Astor Piazzolla. Este último puso acordes a otros cuentos de Borges, como “El hombre de la esquina rosada” y “Jacinto Chiclana”.
El tango viejo y pendenciero hecho de puro descaro y sinvergüencería fue objeto de poemas de Borges como “Apunte férvido sobre las tres vidas de la milonga”, “Ascendencias del tango” (1927) y “El tango” (1958).
Sobre este icónico patrimonio argentino, Sabato publicó el libro "Tango: discusión y clave" (1963). En esta publicación afirmaba que el tango refleja la frustración, nostalgia y desencuentro del hombre rioplatense.
El tango diablo subió por el continente y fue protagonista del libro "Aires de tango" del colombiano Manuel Mejía Vallejo (1973).
Compases nostálgicos en París
Como trompetista, Julio Cortázar fue el mejor de los escritores. Tan es así que su afinidad por el jazz y el tango fue permanente en muchas de sus obras y se extendió al álbum "Trottoirs de Buenos Aires" (1980).
Evidentemente, Cortázar fue París y fue jazz. Por ejemplo, en "Rayuela", "El perseguidor" y "La vuelta al día en ochenta mundos", por mencionar algunos, homenajea a su manera, a Louis Armstrong y a Thelonious Monk.
Como lo dijo García Márquez sobre Escalona, “canta como lo va dictando el recuerdo y permite que a sus espaldas venga la ancha garganta del pueblo, recogiendo y eternizando sus palabras”.
La música y la literatura dialogan para darnos la esperanza de no desaparecer.
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