Guillermo Arriaga, un cazador silvestre y de historias
Es uno de los escritores más leídos en la actualidad y autor de los guiones de 'Amores perros', '21 gramos' y 'Babel'. Se trata de Guillermo Arriaga, apodado "el salvaje".
Guillermo Arriaga en la filmación de 'Cielo abierto', dirigida por sus hijos Mariana y Santiago.
Archivo Mundo Diners
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A los trece años, Guillermo Arriaga perdió el olfato en una pelea de barrio; no en vano lo apodaban como "El Salvaje". Pero, podríamos decir que la ausencia de un sentido se compensó con otro. En este caso, la ausencia de olfato fue amortiguada con el gusto por la literatura.
Desde niño sabía que iba a ser escritor y, desde entonces, ha cazado historias que lo han consagrado en la literatura y en el cine.
Guillermo Arriaga reconoce que su lado más sensible se deja ver cuando caza con arco y flecha. ¿Paradójico? Sí, pero las contradicciones han regido su ley: la ferocidad.
De hecho, esa ferocidad es la que nutre sus obras. Entre ellas, 'Amores perros', '21 gramos', 'Babel' y 'Los tres entierros de Melquiades Estrada'. A ellas se suman los éxitos literarios de 'El Salvaje' y 'Salvar el fuego'.
¿Cómo un niño con atención dispersa terminó escribiendo? ¿Te concentrabas leyendo?
De chico, no podía leer libros. De niño no era muy ñoño, más bien era callejero. Me gustaba leer compendios chiquitos de enciclopedias. Pero, fíjate, sí me gustaba escribir, sobre todo a las niñas. Ahí ordenaba mis pensamientos y soltaba mi timidez. Cuando eres disperso repruebas las materias y las maestras te regañan. Me sentía mejor con la escritura, aunque en el periódico de la primaria nunca me publicaban: no les parecía que escribiera suficientemente bueno. Pese a esto, desde niño quise ser escritor.
Un escritor con problemas para publicar su primer libro de cuentos, 'Retorno 201'. ¿Tampoco parecía bueno?
No. Es que nunca lo leyeron. Mi editor no me daba la cara y cuando la dio prefirió decirme que mis cuentos estaban muy malos cuando nunca los leyó. Pasados los años me enteré de eso. Algún día me las voy a cobrar (risas).
Y cómo te las cobrabas con tus hermanos. Se los conocía como Carlos el Valiente, Jorge el Fuerte y a ti como el Salvaje.
Me divertí mucho e incluyo a Patricia, mi hermana. Tuve una familia muy funcional y amorosa. Mi papá se partía el lomo, pero los fines de semana la pasábamos en familia. Al inicio, cuando mi mamá empezó a trabajar con él en una empresa que montaron, fue difícil; pero les empezó a ir bien y los sábados hacíamos algo cultural y los domingos un día de naturaleza. Creo que mis padres nos inyectaban Prozac, porque nunca estábamos deprimidos. Éramos muy optimistas.
¿Cómo se era optimista en un barrio bravo?
(Mientras responde, se abre el saco y enseña orgulloso una camiseta que dice Unidad Modelo. Es el nombre del barrio donde ya no vive, pero que aún lo habita y aparece en su obra). Mira, lo llevo hasta en el pecho. Era un barrio clase media que tenía de todo. Tenía su parte brava y yo me metía en problemas. Me gustaba explorar los sitios más densos.
¿Y en esas exploraciones terminabas en peleas, en las cuales perdiste el olfato?
Exacto. Perdí el olfato por varias peleas. Fueron muchas, pero recuerdo una en que casi me mata un tipo de veintidós que me cayó a batazos cuando yo tenía diez años. Hace poco me enteré el porqué: creía que insulté a su hermana, cuando yo nunca he insultado a una mujer. Hasta ahora recuerdo el primer golpe en el cuello. No podía mover ni manos ni pies. Eso sí, cuando se asustó al verme en el piso y se acercó, lo mordí.
De niño, la escritura te permitía concentrarte. Ahora, ¿en qué te ayuda?
Desde niño he sentido que me ayuda a controlar mi caos. Cuando escribo siento que puedo controlarlo un poquito.
Varios considerarían que tu lado salvaje es la cacería. ¿Por qué cazas?
Todo lo contrario, ese es mi lado más humanista, que me permite entender mejor la profundidad de la vida y los ritos de pertenencia: la mayoría de la gente no pertenece a la naturaleza porque no la conoce. Un cazador reconoce que somos una especie cruel y que estamos sentados en un trono de sangre. En la caza le das una oportunidad al animal: no está en una jaula ni en un establo listo para morir.
Un animal libre, no en una plaza, tiene la oportunidad de huir. Cazar me conecta con quien soy. Yo cazo con arco y flecha y no por deporte, sino como un rito.
Con "Salvar el fuego" se prendió tu consagración. ¿Qué implicó ganar el Alfaguara?
Triplicar las ventas y tener visibilidad. No pertenezco a círculos literarios ni cinematográficos. Si buscas, prácticamente, no reseñan con gran difusión mi obra. Por eso me emocionó ganar el Alfaguara, porque te ratifica que el trabajo habla por uno, que en mi caso es independiente.
Qué se siente rodar con tus hijos, mucho más cuando se trata de Cielo abierto, el inicio de la trilogía de Amores perros, 21 gramos y Babel…
Trabajar con Mariana y Santiago es un privilegio, no porque sean mis hijos sino por su profesionalismo. Cuando empezaron a comprarme los derechos de mis novelas para hacer películas, me preguntaron si podía escribir cine. Entonces, escribí la Trilogía de la muerte, que empezaba con Cielo abierto y le seguían Amores perros y 21 gramos. Se empezaron a ofrecer una serie de directores, algunos amigos míos, pero no veían el Cielo como yo lo veía. Con mis hijos lo veo.
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