'WW84' y el fracaso de las ideas en el reino de los 'blockbusters'
Gal Gadot como Wonder Woman, en una escena de WW84.
Warner Bros. Pictures
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Es sencillo: WW84 es una mala película. En realidad es malísima. Patty Jenkins ha hecho la que hasta el momento se puede catalogar como la peor pelícla de superhéroes.
Y eso no es decir poco. Sobre todo porque en la lista hay cosas absolutamente nefastas como Fantastic Four (2005) y Suicide Squad (2016). Lo triste es que esta es una lista abierta. Siempre habrá algo que se llevará el primer sitio.
A diferencia de lo que fue Wonder Woman (2017) -que también tuvo sus problemas, pero al menos había algo para contar y una soltura para hacerlo- en esta segunda parte no hay una sola secuencia memorable. A tal punto que lo que se puede considerar como "mejores escenas" ya estaban incluidas en los avances que anunciaban la película.
La química entre Gal Gadot y Chris Pine -que era evidente en la primera entrega- se mantiene aquí, pero llega a un punto muerto. Kristen Wiig, como Bárbara Minerva / Cheetah, entra en el terreno de los villanos y lugares comunes tan evidente. Como lo fueron Jamie Foxx en Amazing Spiderman 2 o Jim Carrey en Batman Forever: el nerd que se vuelve cool y que quiere venganza.
En este caso, ella se vuelve sexy.
Y Pedro Pascal, como Maxwell Lord, es una mezcla de Don Francisco y Donald Trump. Que aparece como un villano que, en teoría, debería ser interesante, pero finalmente es un desperdicio.
El mismo actor que es capaz de emocionar en una serie como The Mandalorian -con una máscara cubriéndole la cara el 97% del tiempo-, aquí es una caricatura horrorosa, que tiene un plan maestro y que, de golpe, ya no. Ah, y sí, es un mal padre.
De ahí, hay una historia que no sabe cómo manejar sus tiempos. Y que no entiende cómo desarrollar las relaciones de sus personajes en medio de lo que está sucediendo. Porque sí, hay que llegar a Egipto donde está el villano y detenerlo, pero antes, pasemos con el avión invisible por fuegos artificiales, porque es el 4 de julio.
Esta es una película que, dentro de su propia construcción, se traiciona. Que toma muchos de los tópicos del cine de superhéroes -el héroe con conflicto, que decide no usar sus poderes o que ve cómo van desapareciendo-e intenta venderlos como algo novedoso, cuando en realidad no es así.
La pregunta es por qué una superproducción que ha costado USD 200 millones no es capaz de contar algo que, más allá de permanecer en el nicho en el que se encuentra, huya del lugar común. O que busque conflictuar un poco la fórmula y al menos ofrezca otro tipo de relato.
Es decir, igual la gente la verá -en medio de pandemia, el filme se llevó en su fin de semana de estreno USD 85 millones en taquilla en todo el mundo-. Así que el riesgo es algo que se le puede exigir a este tipo de filmes.
Las fórmulas falibles y la verosimilitud
Como definición, el 'blockbuster' es un producto que hace mucho dinero. Y como hay una inversión fuerte, los grandes estudios están ahí, detrás, todo el tiempo.
Eso significa batallas sobre el control del filme entre ejecutivos y realizadores -algo que Patty Jenkins ha dejado en claro en este caso-, para definir el resultado final de una película. Porque si se pone mucho dinero, hay que resguardar la inversión. Hacerla rendir.
Es el sistema y no hay que darle más vueltas.
Pero el tema se complica cuando lo que queda de lado, en medio de ese sentido de mercado, es el producto en sí: la película. En pandemia, en un año tenso, la idea de un espectáculo gigante, donde alguien consigue vencer al mal, no es mala.
El problema aquí resulta en la ejecución.
¿Se puede dejar de lado la necesidad de contar una buena historia en pos de cumplir a rajatabla lo que los manuales y grandes estudios definen como pasos a seguir en una película de un género como este?
Una película es un objeto que tiene sentido en sí mismo. Con su propia gramática y herramientas que ayudan a que suceda, a que la obra exista. Y todo debe tener sustento dentro de las propias normas que el filme y el género al que pertenece dictan. Y los filmes de superhéroes ya están en un terreno en el que todas las normas están dictadas.
Se pueden romper, desde luego. Pero siempre desde una comprensión de sus estructuras.
Y cuando algo falla es porque estas mismas normas o no han sido entendidas o se las ha sobreentendido. Llegando a niveles en los que la verosimilitud fracasa y la producción permite que los espectadores se pierdan.
En un excelente artículo escrito por Marcelo Pisarro -en el que cierra con una gran reflexión sobre por qué fracasa WW84- se define la importancia de la verosimilitud en el cine y cómo se crean las perspectivas sobre lo que puede ser una película, en función del espacio en el que se encuentra:
"El cine no guarda relación con la verdad, ni con la realidad, ni con la historia, cualquier cosa que sean la verdad y la realidad y la historia; lo que sostiene el efecto de sentido del cine (lo que hace que el espectador pueda sentarse dos horas frente a una pantalla y llegar a creerse lo que le cuentan; lo que hace que algo pueda ser contado) es lo verosímil".
Pisarro sigue: "La definición le debe menos a Aristóteles que al teórico Christian Metz: verosímil es aquello conforme a las reglas de un género establecido".
Son esas reglas que permiten que cada cosa que sucede en una película se compagine entre sí y tenga sentido: imágenes, historia, acciones, diálogos, efectos, desarrollo de personajes. Cuando algo falla, se siente.
Por eso, por ejemplo, rechina muchísimo que en la última parte de la trilogía de Batman de Nolan -The Dark Knight Rises, de 2012- Bruce Wayne consiga regresar a Ciudad Gótica, desde otra parte del mundo, en tiempo récord. Sobre todo porque Nolan había decidido asentar a su Batman en una realidad que este acto rompe.
El drama de la superhéroe
WW84 está plagada de acciones de este tipo, que terminan por afectarla. Especialmente por algo tan básico que pone en entredicho la existencia de esta secuela: Ya en otros filmes del DCU se había dejado en claro que Diana Prince / Wonder Woman había permanecido muchísimos años sin ponerse en evidencia.
Ahora resulta que más allá de los acontecimientos dentro de la Primera Guerra Mundial -contados en la primera Wonder Woman-, ella siguió siendo lo que siempre fue.
No hay cómo salir ilesos de algo así. Porque eso significaba trabajar una historia que pudiera cumplir aquello. Pero no, ella es vista por decenas de personas -les pide con un gesto que hagan silencio-; rompe cámaras de vigilancia para que no la graben -aunque ya la habían grabado- y no se preocupa por las grabaciones.
Y, lo mejor, tiene una pelea dentro de la Casa Blanca. ¿Se puede seguir "bajo el radar" después de algo así?
La película decae poco a poco, hasta llegar a su último tercio en el que lo que sucede no solo es previsible, da vergüenza ajena y hasta es ridículo: el mundo es un caos, el villano central busca el mal porque sí y la que antes era amiga se convierte en enemiga -una Kristin Wiig convertida en personaje de Cats, como dice Pisarro-.
De golpe todo termina, gracias a un superdiscurso de Wonder Woman, que sirve como recordatorio de que "no siempre puedes tener lo que quieras" y Maxwell Lord se acuerda de que es padre y todo vuelve a la normalidad.
Un absurdo.
Que aplana el camino para una tercera parte que ya está confirmada y que, sin duda, debería replantearse la historia que se cuenta y enfocarse en algo más verosímil, al menos.
WW84
Dir: Patty Jenkins
Guion: Patty Jenkins, Geoff Johns y Dave Callaham
Elenco: Gal Gadot, Chris Pine, Kristin Wiig y Pedro Pascal
Warner Bros. Pictures, 2020
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