La vida de otros: la pasión por los realities de millonarios
Christine Quinn es una de las vendedoras de la firma Oppenheim Group's real estate, epicentro del programa "Selling Sunset", que se transmite por Netflix.
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El 20 de agosto fue el estreno de la tercera temporada del reality Selling Sunset, a través de Netflix. Un programa que sigue de la vida de ocho mujeres dedicadas a los bienes raíces, en las zonas más caras de Los Ángeles, en Estados Unidos.
Todas trabajando para la misma agencia, fundada por los gemelos Oppenheim. Venden casas a millonarios y reciben grandes comisiones.
Siete mujeres que viven dentro de su propia burbuja. En la que se puede gastar USD 700 en un almuerzo, o pedir una cebra como parte de la decoración para una despedida de soltera.
Ese tipo de burbuja, que se vuelve atractiva en tiempos de pandemia, sobre todo por cómo están contadas las historias de estas mujeres: sus conflictos personales y laborales, en un terreno propio del melodrama.
Personas que sufren, en medio de todas las comodidades materiales. Personas que ríen, que conviven con el éxito, con el fracaso y con cierta ignorancia de lo que pasa en el mundo.
¿Por qué un programa así es uno de los shows más hablados de Netflix en este momento? ¿Por qué provoca análisis, entrevistas a sus personajes y notas sobre una posible cuarta temporada en los medios más importantes?
Yami Adegoke da algo de luz al hablar sobre Selling Sunset en un artículo que publicara el medio inglés The Guardian, el pasado 21 de agosto:
"Mirar por las vitrinas por cosas que sabes que nunca podrás comprar es una forma agridulce de escapismo. La serie reality sobre propiedades está ambientada en lo que podría ser una agencia de modelos, dada la apariencia de absoluto glamour de sus empleadas".
Y escapismo es el término. Del tipo agridulce.
Selling Sunset ignora los matices económicos y sociales de un país como Estados Unidos. En confinamiento eso se ha convertido en una especie de ventana a lo inalcanzable y que, hoy, se vuelve ridículamente inalcanzable.
Al contrario de la pornomiseria, la "pornoriqueza" se enfoca en el sufrimiento y en el drama, a pesar de la abundancia económica.
Y a veces existe la posibilidad de que se disfrute ver que la gente que tiene mucho dinero puede ser absurda, ridícula y es capaz de sufrir como cualquier otra .
Esa televisión de la realidad
Si bien varios programas y producciones televisivas venían jugando con la idea de la realidad desde mediados del siglo XX, fue al final en que todo cambió. La culpa es de Mtv.
En 1992 la cadena empezó a producir programas que ponían en un mismo lugar a varios desconocidos -como en una especie de experimento-, para grabar sus interacciones y sus vidas.
La televisión dispuesta a mostrar la realidad. Un terreno que, se suponía, era solo potestad del cine documental.
Al poco tiempo, quedó claro el carácter de espectáculo y al moverse al terreno los concursos, la televisión de la realidad se convirtió en el espacio para ver el esfuerzo de otras personas para conseguir un premio.
Ya sea por resistir encierros en una casa, por desarrollar capacidad de supervivencia en islas solitarios o dejar en evidencia su talento para, por ejemplo, cantar. La idea era la lucha para conseguir una recompensa.
Los realities se han ramificado desde entonces, casi siempre enfocados en subculturas, en las interacciones que se producen entre personas por sus gustos, afinidades y trabajos.
Sin embargo, hay un tipo de programa que siempre se mantuvo a la cabeza.
En 2002, al mirar a celebridades o a gente famosa, el patrón cambiaba. Con la serie The Osbournes, la gente dejó de pensar en Ozzy Osbourne como el hijo de las tinieblas y más como un personaje de comedia.
La gente con fama y con dinero podía ser sujeto de burla, gracias a Ozzy Osbourne. Y así, la vida de estas personas empezó a ser el único camino a seguir para las diferentes productoras de televisión que encontraron aquí una mina de oro.
Una vez que la fama se convirtió en solo la excusa, llegó la idea de quedarse solo con la parte del dinero y mostrar esta vida de lujos de estas personas y lo que sucede con ellas.
Ya sean con mujeres que viven una vida de glamour al estar casadas con tipos con mucho dinero -la saga The Real Housewives, que se estrenó en 2006- o un grupo de hermanas que se volvieron famosas a partir del reality que armaron -Keeping up with the Kardashians se estrenó en 2007-, la idea estaba en el lujo.
Este tipo de programas no es novedoso en sí. Pero en este momento funcionan porque la historia que se cuenta y cómo se la cuenta le da un valor adicional a la experiencia.
Los avatares de tener o buscar dinero
Es Selling Sunset se vive una realidad paralela. Se venden casas que cuestan muchísimo dinero, al mismo tiempo que hay conflictos, drama, llanto, alegría y una ceguera impresionante, que terminan por darle una nueva definición de lo que significa ser frívolo.
Esta serie -su tercera temporada tuvo ocho episodios- está bien estructurada que no hay manera de dejar de verla y de no sentir vergüenza ajena e identificarse con alguna de las personas que aparecen ahí. O al menos aspirar a algo similar.
No es el único ejemplo, desde luego.
En Netflix hay realities con naturaleza similar que, desde distintos enfoques, se centran en gente que tiene dinero y que, a pesar de vivir en sus burbujas económicas, no dejan de mostrar sus costuras.
O ignoran lo que pasa a su alrededor.
Programas como Below Deck, Casas de Verano del millón de dólares o Reglas de la familia DeMarcus están ahí, a la cabeza.
Y quizás en este momento de sensación de desamparo generalizada, son este tipo de programas los que cumplen una función de escapismo.
Una ventana abierta para que entre aire y que resulta exitosa porque, como dice Homero Simpson: "Es gracioso porque no me pasa a mí".
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