Valencia, De la Torre y Berlin, las lecturas para esta semana
La nueva edición de 'El síndrome de Falcón', de Leonardo Valencia es una buena excusa para revisitar estas ideas.
PRIMICIAS
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El síndrome de Falcón
Leonardo Valencia
Centro de Publicaciones Pontificia Universidad Católica del Ecuador, 2019
469 páginas
USD 30
Una reedición es siempre un ejercicio de redescubrir una obra que había estado fuera de circulación, o que quizás descansa en el librero, almacenando tiempo. Esto, en un libro de ensayos como El síndrome de Falcón adquiere un matiz interesante.
¿Por qué? Porque las ideas que se cruzan en este libro de Leonardo Valencia continúa siendo valiosas y valientes, o han adquirido otros matices. Como cuando afirma que siempre se trata de buscar nuevas inspiraciones y no hacer lo que otros hicieron antes.
Ese es un consejo que todavía resuena y nunca debería olvidarse.
O como cuando dice: "La clave está en que esta literatura se da a conocer por ser literatura y no por tener una denominación de origen, de lo contrario seguiremos condenados a escribir estampas o retratos...".
Hoy se puede leer esa frase que también exige repensar sobre lo que significa la literatura. El ejercicio lector es también cuestionarse.
Un libro dividido en tres partes:
- La primera sobre autores -donde regala uno de las mejores sobre la obra de Kazuo Ishiguro y Peter Greenaway-.
- La segunda, sobre literatura ecuatoriana -donde se encuentra el ensayo que le da título al libro, así como un texto a Lupe Rumazo, que se puede leer como una hermosa declaración de afecto y respeto-.
- Y la tercera sobre escritura, donde están las reflexiones más precisas y claras de todo el libro.
Destacan la serie de artículos y lecturas críticas hechas a la publicación original, que acompañan esta nueva edición. Entre ellas, el texto introductorio de Wilfrido Corral. Un texto lo suficientemente extenso y potente para dar una nueva aproximación al libro.
El Síndrome de Falcón -tanto el ensayo como el libro- es un trabajo impecable que se centra en reconocer la individualidad creadora como la única base posible para generar arte. Quizás suena obvio decirlo así, pero hay que hacerlo.
Sobre todo en este país en el que se olvida con facilidad esto, en función de un pensamiento que se puede generalizar o de la necesidad de representar una idea como único camino a seguir.
A lo mejor en el arte, ese camino va por otro lado.
Niños de agua
Sandra De la Torre Guarderas (ilustraciones de Alejandra Giordano)
Libresa, 2019
39 páginas
USD 6,99
La literatura infantil no es literatura menor. No se puede caer en ese lugar común de una manera tan gratuita, sobre todo cuando alguien se topa con un libro como Niños de agua, con el que Sandra De la Torre se ha llevado dos galardones importantes.
El primero involucró la propia publicación del libro, porque con este cuento ella ganó el primer Concurso Internacional de Literatura Infantil Julio C. Coba.
El otro es que, con Niños de agua, la escritora ganó el premio Darío Guevara Mayorga 2019, que otorga el Municipio de Quito, en la categoría cuento.
No hay más que buenas razones para que este relato haya conseguido lo que consiguió.
De la Torre se enfoca en la tragedia, en lo que hay después de la tragedia, en los dolores y las cicatrices ligadas a la necesidad de migrar, de salir del lugar en el que se está porque las condiciones -la violencia, de todo tipo- no lo permite.
Pero, hay detalle importante: se enfoca en la niñez, en la que a pesar de ese contexto denso, hay espacio para lo tierno.
Esto lo consigue con una historia en la Natalija y su familia llegan a Suecia, huyendo de su natal Kosovo. Es en las primeras páginas donde se produce una definición importante: ella debe dejar a su oso Petar IV -con evidencias de haber sobrevivido momentos duros- porque en el nuevo lugar tendrá otro peluche.
Ella no reclama, lo acepta y entiende. Lo quiere.
Ir a un nuevo sitio, con casas enteras, con otras expectativas, con la posibilidad de empezar de nuevo.
Y luego está la amistad con Pavlusha, el niño ruso que está también en Estocolmo por algo similar. Entre ellos comparten cicatrices y algo más. La aventura involucra cómo seguir adelante. Más que un mensaje, en Niños de agua hay sensibilidad.
Esto se evidencia mejor con las ilustraciones de Alejandra Giordano, que no pudieron ser más perfectas para este libro.
Bienvenida a casa
Lucia Berlin
Alfaguara, 2019
204 páginas
USD 15,50
Lucia Berlin murió en 2004, a los 68 años. Era una especie de secreto a voces, a pesar de haber publicado varios libros mientras vivía. Pero su redescubrimiento en 2015, con la publicación de Manual para mujeres de la limpieza, hizo que el mundo volteara su mirada a esta gran escritora.
Porque lo es.
Y esta emoción continúa con la aparición de un nuevo libro de ella, como en este caso, en el que una serie de textos autobiográficos conforman este volumen de textos en los que, se supone, ella estaba trabajando antes de morir.
La base de este libro es el paso por las casas en las que Berlin vivió su vida casi nómada, tanto como niña y adulta. Este es un recuento de daños, de supervivencia, de detalles de salvamento y de algunas tristezas: la mujer de libros, la madre de cuatro niños -con tres divorcios a cuesta-, que trabajó de recepcionista, enfermera y en limpieza, para mantenerlos.
La presencia del alcohol como un hecho, así como el reconocimiento de su adicción tiene un espacio claro en Bienvenida a casa. O su etapa como profesora universitaria. O sus reflexiones sobre lo que es escribir y la literatura.
Es ahí donde este libro explota y ser vuelve gigante. Porque Berlin ofrece un recorrido por su vida, por su memoria y permite que aparezcan detalles en sus lectores, para entender algunos mecanismos de su escritura. Como eso de encontrar referencias a sus propios relatos.
Además de exponer sus ideas sobre la importancia de los libros y el oficio que ejerció. Porque era primordial para ella comprender que en la ficción se sostiene el mundo. Y lo deja claro.
Este libro, más que autoficción es una radiografía personal. Donde lo duro, lo solitario y las angustias se presentan como un acto de revelación.
Lucia Berlin encontró en la escritura una manera de entender su vida o, al menos, de darle un sentido que la sobrepasa.
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