Robinski, el ecuatoriano que retrata leyendas de los volcanes
Fotografía cedida por Robinski del volcán Chimborazo, tomada en enero de 2020, en Riobamba (Ecuador).
EFE
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Guayaquileño de nacimiento pero de corazón andino, Valdez ha logrado a sus 28 años conquistar cumbres para mostrar los diferentes parajes ecuatorianos desde lo más alto de los volcanes.
Ha contado así, casi como en un culto, las tradiciones del país de la mitad del mundo.
Detrás de cada una de sus imponentes instantáneas, un diálogo franco tête-à-tête con el coloso.
A él llega a pedir permiso para que "colabore" y le ofrezca "los mejores climas" y que le facilite su misión de convertirse en "puente" de esos lugares.
Su genuina capacidad de sentir es el ingrediente principal para su conexión con la naturaleza, que luego traslada a sus capturas.
"Me sensibilizo para sentir a flor de piel todas estas sensaciones que te ofrece la naturaleza", explica Robinski. "Ya sea un frío extremo en las montañas o un calor abrumador en los desiertos".
La pasión de este guayaquileño por la fotografía lo ha llevado a afrontar situaciones incómodas. Desde volcanes activos, animales salvajes o ecosistemas hostiles.
Los riesgos siempre van a estar presentes pero "no por eso voy a dejar de hacer lo que amo", cuenta.
Anecdóticamente relata la experiencia de verse atrapado en una colina con veinte toros salvajes.
"Me quedé quieto, como una piedra, entre los pastizales y no me moví por media hora", añade, destacando que "por suerte no se acercaron".
Tributo a Jodorowski
Su nombre artístico, Robinski, es un tributo al artista chileno Alejando Jodorowski. De él dice "siempre ha consumido su arte.
Y aún así, precisa que "Roberto" y "Robinski" trabajan de distinta forma. "Cuando tengo una cámara en mano ya no pienso como una persona cualquiera, sino como fotógrafo. Son mentes diferentes".
Robinski creció a la sombra de su abuelo que, sin ser profesional, tenía su propio cuarto oscuro.
Desde pequeño "desbarataba cámaras como un cavernícola" por la mera curiosidad de entender cómo funcionaban. Pasaron los años y se dedicó a la fotografía profesional.
Hoy, una de sus peculiaridades como artista es la "paciencia", porque retratar fenómenos naturales le exige horas de espera.
Así, para capturar la rotación de la Tierra reflejada en las estrellas, permaneció de vigilia durante horas hasta pillar una luna ascendente que iluminara su panorámica.
"Tuve que quedarme despierto, mirando a la cámara durante tres horas, porque si me dormía, perdía la foto".
En otra ocasión, esperó un año hasta poder capturar el volcán Sangay, uno de los más de 80 que hay en Ecuador, con lava en la cima.
La sombra del amor
Aunque ha fotografiado más de quince volcanes, su favorito es el Chimborazo, de 6.268 metros de altitud y "el primero que asoma" al subir a la Sierra desde Guayaquil.
"Resulta místico", señala sobre la "conexión mágica" que siente con este coloso, un icono nacional por su presencia en el escudo del país.
Y agrega que "todas las leyendas que se desarrollan" alrededor del padre de los volcanes, "muestran esa figura de nobleza", dice. "Dentro de todo el caos que representa, el Chimborazo da una sensación de magia pura".
Una magia originada en el sinfín de leyendas y mitos alrededor de estos colosos, como la del amorío entre el Taita (padre, en quichua) Chimborazo y la Mama (madre) Tungurahua.
Separados por poco más de 36 kilómetros, su romance se concreta únicamente cuando la sombra de uno se proyecta sobre el otro. "La única forma de tocarse es durante el amanecer o el atardecer", señala el artista.
Robinski ve la fotografía como "herramienta para percibir los cambios" sobre el medioambiente.
"Ver cómo las especies sufren, cómo cambian los paisajes por mano del hombre y tener la capacidad de hacer algo", afirma. "La fotografía es un espejo para ver lo bueno y malo que hacemos".
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