'Ratas, ratones, rateros': 20 años no son nada para un filme insigne
Cumplir dos décadas como una de las mejores películas del cine ecuatoriano.
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Lo primero que salta a la vista al regresar a la ópera prima de Sebastián Cordero es que su ritmo sigue siendo implacable. La edición realizada por Cordero y Mateo Herrera ha resistido el paso del tiempo y eso consigue que al ver el filme hoy, a 20 años de su estreno, la experiencia no resulte anacrónica.
Muy pocas películas pueden darse el lujo de envejecer con altura.
Ratas, ratones, rateros -que por alguna razón, en dos décadas no ha podido hacerle entender al público que no existe una "y" entre "ratones" y "rateros"- es un filme que se puede traducir en "tensa calma". Siempre va a pasar algo.
La familia por encima de todo
Al inicio de filme el universo se pone en evidencia. Se abren historias (la de Ángel en Guayaquil, y la de Salvador, en Quito), se entrecruzan los personajes hasta los primeros 25 minutos. Y ya todo está marcado y definido.
Ángel es un rey Midas al revés. Salvador es un chico problemático, un criminal de poca monta, al que -de cierta manera- Marco Bustos le dota de inocencia.
Ángel y Salvador son primos. Son representaciones de la Costa y Sierra, de cierta podredumbre en ambas regiones.
Cordero elude cualquier dilema alrededor del estrato social de esa violencia que muestra: todo es violento, se trata de comer y no ser comido. No importa dónde se viva, o el dinero en sus bolsillos.
Ese país de hace 20 años es un espacio machista, agresivo, indolente y complejo. Bueno, hasta cierto punto.
Promediando los 40 minutos se da una de las escenas más hermosas del filme. Cuando ambos, mientras escapan de Quito en un carro robado, pasan por la zona del Diablo de Tandapi, en la provincia de Pichincha. Salvador tiene un ataque epiléptico. Ángel (Carlos Valencia) detiene el vehículo para auxiliarlo.
Toda la dureza de Ángel se desvanece, para darle espacio a una genuina preocupación. "¿Estás bien, familia?", le pregunta al primo, como si le estuviera diciendo que lo ama. En medio de todo el caos hay espacio para cierta ternura.
¿Quién adora los finales felices?
El gran mérito de esta película -y que es una firma en el cine de Cordero- es que sus finales no tienen por qué resolver la historia en su totalidad.
O darle su merecido a quien se lo merece.
El desenlace ofrece posibilidades, perspectivas, ideas de lo que sigue. Ángel conduce un auto que va a seguir avanzando por un camino de destrucción. De autodestrucción.
Ratas, ratones, rateros se sostiene porque lo que edifica se va a terminar de destruir fuera de pantalla. Es lo que le queda al espectador lo que la eleva.
El elenco -en su mayoría- funciona por la naturalidad con la que cada uno se mueve en medio de la tragedia que aumenta y aumenta.
La cinematografía de Matthew Jensen refuerza el tono del filme -cámara al hombro, que se acerca y se aleja de los personajes- y permite ser testigos de la intensidad.
Y la música, un trabajo de Sergio Sacoto, acompañado de canciones de Hugo Idrovo, Sal y Mileto y El retorno de Exxon Valdez, se puede considerar ya un clásico ecuatoriano.
La película se puede ver de manera gratuita a través del canal de VIMEO de Cordero. Se trata de una versión digital realizada por la Cinemateca Nacional Ulises Estrella, de una copia original en 35mm a formato 2K. A la que también se le realizó una corrección de color.
Ratas, ratones, rateros
Dir: Sebastián Cordero
Guion: Sebastián Cordero
Elenco: Carlos Valencia, Marcos Bustos, Cristina Dávila, Irina López, Simón Brauer.
Cabezahueca, 1999
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