Lisbeth Carvajal y la naturaleza que se expone, que se sumerge
Lisbeth Carvajal durante la inauguración de su muestra 'Después de la lluvia'.
Eduardo Varas
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El eje es el dibujo, el grafito sobre distintos tipos de papel, la ausencia de colores en los trazos. Están los detalles, el agua en movimiento y las hojarascas que parecen esconder objetos.
La exigencia al espectador es grande. Lisbeth Carvajal Vera trabaja en los pequeños elementos que muestra, disecciona sus trazos, lanza un guiño a quien ve las obras.
Solo una indicación adicional: hay también 'media art' en la exposición. Sin embargo, el dibujo no deja de tener el lugar estelar.
Después de la lluvia es la muestra que la artista inauguró en galería Khôra, el pasado 10 de agosto. La naturaleza es la base. Una naturaleza que está intervenida, con la tierra que se abre y permite, a quien se enfrenta a los cuadros, ver las trampas que han sido colocadas.
Carvajal vuelve a los asistentes en cómplices de ese acto de transformación de lo natural.
La exposición posee una carga crítica fuerte y explícita. Lo natural se vuelve distante, se complica. Una vez que la lluvia se va -o se vaya, casi como una advertencia- queda la aridez, el silencio. Y los dibujos de Carvajal parecen ser el resultado de una nostalgia alrededor de aquello que se ha sumergido, que ya no está.
Pero no hay un ímpetu por afectar a quien vea la obra. En realidad sucede lo contrario. La experiencia estética impacta y conmueve desde una posición de cercanía, casi como un abrazo.
Como cuando el visitante queda frente a El sendero de los rosales. Ahí la sensación es indescriptible. Grafito y acrílico sobre lienzo, con una instalación de piedras. Dos monos jugando con almendras. Un solo árbol frondoso. La belleza genera estragos y la obsesión suficiente para no despegar los ojos de un cuadro que tiene poder absoluto.
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