“Las voladoras”: Mónica Ojeda escribe sobre el horror cercano
Con "Las voladoras", Mónica Ojeda continúa abriendo las posibilidades del horror, pero esta vez con una contundencia que emociona, duele y sorprende.
Diego Corrales / PRIMICIAS
Autor:
Actualizada:
Compartir:
Eso que da miedo, que aterra, es lo que está al lado. Lo que gravita alrededor de los personajes: sus familiares, amigos, vecinos, creencias, supersticiones y geografías.
Un tipo de conciencia particular sobre la cual Mónica Ojeda construye sus universos narrativos.
Algo que está presente en su novelística y que encuentra en los cuentos de Las voladoras (Páginas de Espuma, 2020) un formato para contener sus historias en vehículos más compactos, pero igual de contundentes.
¿Dónde se puede producir la novedad al hablar de cuentos en los que el género del horror es el alimento principal, y el que determina el destino y movilidad de los seres que habitan estos relatos? Hay una novedad, desde luego, dentro de este panorama.
Tiene que ver con la búsqueda y la utilización de ciertos seres y figuras que forman parte de la mitología andina, para ampliar el territorio.
Así aparecen las brujas voladoras -que se pueden ubicar como parte de las tradiciones de Carchi e Imbabura-, o las Uma -esas cabezas que podían ser separadas de su cuerpo, gracias a la habilidad de ciertas brujas- como esas mujeres que deciden por ellas mismas y actúan bajo sus propios criterios.
Y así existe un sentido de colectividad, de presencia en plural.
Porque ese horror que hay en Las voladoras no tiene que ver con el susto, el salto o con llevarle el corazón a la boca de cualquier lector o lectora.
Va de la mano con el horror que viven las mujeres en un contexto como el de ahora, en el que se hace más evidente y puede quedar de manifiesto.
No es que Ojeda haga denuncia. En realidad lo que hace es ficcionar una respuesta y una solución. Escoger a brujas -o mujeres determinantes, que hacen, que actúan- es hablar de una posición política frente a la actualidad, porque el horror -aunque no se lo quiera creer- es político.
Entre la violencia doméstica, el incesto, el femicidio y el arte como ruptura corporal
Las voladoras es un viaje. De esos que van de a poco. Que ofrece una vista como punto de partida -el primer cuento es el que la da nombre al volumen-, para luego ir explorando, en cada relato, las ideas y los espacios en los que ese horror se va manifestando.
En la forma de aquelarres que surgen para honrar a mujeres que son víctima de femicidios; en historias en las que la violencia sexual recibe su merecido.
O en relatos donde se desarrollan representaciones artísticas y performativas sobre aquello que duele y obsesiona. O en otros donde el deseo de ayudar a una amiga que ha experimentado el horror no deja de ser una pesadilla.
Ojeda navega en estos espacios a través de un lenguaje en el que las imágenes y las construcciones poéticas son tan importantes como los hechos que narra.
El lenguaje es fortaleza, casi como si se tratara de un conjuro.
Porque los ocho cuentos en el libro son la certeza de ese universo en el que existen.
En el que, incluso, cuando se rompe el tema estilístico -el cuento Soroche es el único que se mueve por el sendero del testimonial, acercándose a herramientas que Ojeda usa en sus novelas- la unidad no se pierde.
Porque a través del lenguaje cada situación ha sido nombrada y ahí se ha producido el embrujo, en forma de ficción.
Que tiene en su cuento final, El mundo de arriba y el mundo de abajo, la síntesis precisa.
A través de un conjuro, se busca cambiar la realidad y esta -a pesar de lo dolorosa que puede ser, como la pérdida de una hija- va a seguir sosteniendo sus propias normas.
La ficción no busca trastocar lo real.
Solo intenta permanecer en quienes la leen. Quizás el tiempo suficiente para que la realidad se vea como es: imprecisa.
Todo esto gracias a esas ideas que vuelan, como cabezas sin cuerpo.
Otras recomendaciones
"La desfiguración Silva", de Mónica Ojeda
Antes de aparecer en Nefando, los hermanos Terán tuvieron su espacio de acción en la primera novela de Mónica Ojeda -con la que ganó el Premio Alba Narrativa, de 2014-. En ella, van moviendo los hilos en un proyecto cinematográfico que busca dar presencia a la mujer invisibilizada del movimiento de los tzántzicos, pero en el fondo hay algo más. Un profesor de cine y una estudiante están en el medio de un plan que se reconstruye con varias entrevistas y con el uso de estructuras cinematográficas para contar una historia con poder.
"Nefando", de Mónica Ojeda
Aquí hay un videojuego y deep web. Pornografía infantil y abuso a niños, en un trabajo narrativo que impacta, tanto por lo que cuenta como por los detalles que aparecen y que terminan por crear un cuadro profundo que causa repulsión u horror -de ahí el nombre tan preciso de la novela-. Unos amigos que viven en un departamento en Barcelona reconstruyen la historia detrás de un videojuego terrible, a través de una serie de entrevistas que, en el fondo, sirven para hablar de ellos y de esos dolores internos. El impacto de esta novela sigue siendo importante y si bien es probable que no sea el tipo de lectura de todo el mundo, es el libro que no se debe dejar de leer.
Compartir: