“Cultura de la cancelación”: qué significa y cómo entenderla
Cuando la gente habla de "cancelar" a un artista o un vocero, en términos prácticos, está tomando una decisión sobre seguir o no a esa persona. Eso, hoy, viene acompañado de una crítica agresiva.
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Como término, “cultura de la cancelación” tiene un peso negativo.
Para varios autores y autoras se trata de una reacción excesiva ante hechos menores o que se pueden manejar de otra manera. O también se la ha definido como un juicio apresurado ante acciones o situaciones que no son tan sencillas de resolver.
Y muchas veces, estas situaciones deberían ser tamizadas y decididas por instancias legales.
De acuerdo a académicos, la “cultura de la cancelación” se ve con claridad a través de redes sociales, especialmente Twitter e Instagram.
Para entenderla mejor, se trata de una práctica en la que un grupo de personas o usuarios de redes sociales retiran el apoyo a personajes públicos y, a veces, a compañías luego de que estos cometieron un hecho considerado ofensivo.
¿Cómo se evidencia la cultura de cancelación? Por medio de denuncias sobre actos de gente con algún tipo de poder o con fama, por ejemplo.
A manera de comentarios, de tuits o mensajes en los que se recrimina a alguien su posición sobre un tema.
También hay amenazas, otras veces insultos, muchas veces con peticiones de despido, y que esa persona sea condenada a un ostracismo social.
Desde esta perspectiva, se trataría de una condena pública, que va en contra de los valores que la ilustración le entregó a la humanidad. Sobre todo porque el llamado “castigo público” no tiene razón de ser en una sociedad culta.
Y, en el camino, se supone que se ha puesto en peligro a la libertad de expresión. Esto ocurre gracias a un grupo de personas en una cruzada moral por hacer del mundo un lugar menos heterogéneo.
Escribe Ligaya Mishan, en un artículo publicado en The New York Times, sobre la percepción que existe alrededor del término:
“Se (le) atribuye persistentemente a los extremos de una izquierda política y a un fantasma ligado al ‘wokeness’ (despertar), término que infunde temor (...) una distorsión derivada de la palabra afro vernácula ‘woke” (despertó), que invoca un espíritu de vigilancia, para ver al mundo como realmente es”.
En su artículo, Mishan busca establecer varios puntos detrás de lo problemática que puede resultar una “cultura de cancelación”. Uno de ellos que es que no se trata de un movimiento cohesivo. Y como no que hay un orden detrás de él, es difícil establecer de qué se trata.
Es complicado además saber si busca un objetivo concreto, ya sea corregir un error o un desequilibro de poder en la sociedad.
Se puede tratar de una venganza, o un acto genuino de hacer justicia “por imperfecta que sea, para hablar en contra de esos ‘mecanismos existentes’ que no nos sirven tan bien, después de todo”, escribe Mishan.
En las últimas semanas, en las redes sociales del país, una expresión como ‘cultura de cancelación’ ha adquirido fuerza. Sobre todo ante denuncias públicas -e investigación periodística- en contra de un reconocido cantante ecuatoriano, acusado de violencia contra sus parejas. También hubo reacciones en contra de los socialistas, por parte del fundador de una de las universidades más prestigiosas del país.
Para muchos esto debería resolverse en tribunales, porque atentan contra el Derecho que tiene alguien a la legítima defensa o a decir lo que piensa.
O algo más sencillo: se ha perdido la posibilidad de disentir. Como lo explica el argentino y profesor de filosofía Mauro J. Saiz:
“La única prevención contra esta, nuestra encarnación contemporánea, es difundir en la sociedad una consciencia de la importancia de escuchar sin castigar, incluso a quienes dicen algo que me ofenda, disguste o considere nocivo”.
Pero, de acuerdo a Jessica Valenti, en un texto que publicó en el suplemento Gen de la revista Medium, esto no es así:
“Al final del día, ‘la cultura de la cancelación’ es un término lleno de ruido y furia que significa nada (...) Enfrentar consecuencias por lo que dices y haces no es una violación a la libertad de expresión”.
La historia de un término
¿De dónde viene este término que Donald Trump describió como “la verdadera definición de totalitarismo” en 2020? Hay varias maneras de establecer un punto de origen. Una tiene que ver que el acto de “cancelar” a celebridades con acciones y comentarios polémicos, lo que empezó a suceder en redes en 2017.
Tres años antes, si “cancelación” aparecía en redes se relacionaba con la acción tomada por cadenas de televisión para terminar series que emitían.
Aunque si bien sucedieron ejemplos de cosas similares a la “cultura de la cancelación” en estos años, el término no se usaba todavía.
Pero desde 2017, el uso de la palabra “cancelación” ha ido creciendo. Datos de Google Trends muestran que “cancel culture” -cultura de cancelación, en inglés- empezó a ser un término muy buscado en la web desde mediados de 2018.
En 2020, la connotación incluso es política y “cultura de cancelación” aparece en varios espacios.
Aja Romano, en un artículo para Vox -titulado ¿Por qué no podemos dejar de pelear por la cultura de la cancelación?- consigue registrar como una de las primeras referencias de cancelación a una escena de New Jack City (1991), de Mario Van Peebles.
Ahí, el personaje de Wesley Snipes se refiere a su novia -quien le reclama por la violencia que él está cometiendo- de la siguiente manera:
“Cancela a esta perra. Me compraré otra”.
En 2010, la expresión aparece en la canción I’m single, de Lil Wayne, en clara alusión a la misma escena de New Jack City. Pero en diciembre 2014, esto escaló a un nivel impresionante de cultura pop, con un episodio del reality show Love and Hip-Hop. En él, Cisco Rosado le dice a su interés amoroso, Diamond Strawberry: “Estás cancelada”.
Desde ese momento, el uso de la expresión se volvió una norma -sobre todo en Estados Unidos-. Se la usaba en situaciones ridículas y jocosas, ligadas a amigos y familiares.
Ese carácter de humor cambió cuando personas comunes, desde sus cuentas en Twitter, empezaron a “cancelar” a artistas por sus comentarios y acciones.
La dinámica ha crecido, a tal punto que un grupo de 153 académicos y figuras artísticas firmaron en julio de 2020 un texto en revista Harper’s que titularon Una carta sobre justicia y el debate abierto.
En ella se habla sobre la “cultura de la cancelación” -sin nombrarla-. Y se hace referencia al ambiente sofocante que está desarrollando en el mundo y el entorno controlador que promueve.
Entre sus firmantes hay personalidades que han sido criticadas o “canceladas” el último año, como por ejemplo J.K. Rowling. Ella, en junio de 2020, fue tratada con dureza por sus lectores y fanáticos luego de sus polémicas declaraciones sobre mujeres trans.
La carta es considerada como ese “llamamiento a las armas” para combatir lo que se asume nuevo dogmatismo ante “desacuerdos de buena fe”. Porque de esta manera se atenta contra carreras, la buena honra y se rompe la posibilidad de abrir un debate.
Pero entre las críticas contra esta carta destaca una importante: la incapacidad de definir el fenómeno que quiere combatir. Y, al mismo tiempo, de entender el componente histórico en el que se desarrolla.
Sobre esto, Ligaya Mishan escribió en su reportaje en The New York Times: “La cultura de la cancelación no existe porque siempre ha existido, en rumores, susurros y campañas de difamación. Y la censura y la retribución son mucho peores cuando son patrocinadas o sancionadas tácitamente por el Estado, como ocurre con el encarcelamiento y las condenas a quienes ejercen la libertad de expresión bajo el totalitarismo, o la inclusión en listas negras y la prohibición del empleo de presuntos comunistas en los Estados Unidos en las décadas de 1940 y 1950, un esfuerzo de colaboración entre el Comité de Actividades Antiamericanas de la Cámara y un sector privado ansioso por complacer”.
Para Mishan es un problema que al criticar a la “cultura de la cancelación” se establezcan paralelismos con mecanismos de persecución del pasado. Sobre todo cuando se usan de ejemplo aquellos generados por estados totalitarios o similares.
Si se habla de lo que hacían la Stasi y sus informantes, o lo que pasaba en la Inquisición Española, o con los Guardias Rojos de la Revolución Cultural china, para mostrar lo terrible de esta violencia con los otros, se caería en dos errores fundamentales.
El primero tiene que ver con la necesidad de conocer estos hechos históricos con precisión -para poder usarlos como ejemplo-. Por otro lado, solo sirven para dejar en evidencia cómo, en la historia de la humanidad, “el uso arcaico de la violencia”, ha sido constante.
Mishan no solo es crítica con la carta de los académicos. También lo es con todo el fenómeno que se ha creado alrededor de la “cultura de la cancelación”.
“La velocidad, el descuido y el relativo anonimato de las redes sociales no han creado una nueva forma de intimidación; simplemente facilitan y exacerban una antigua”, dice ella.
También es consciente de cómo, para muchas personas, este reclamo vía redes sociales es un “medio para combatir el comportamiento abusivo y la explotación del poder, y un correctivo necesario para la falla del Estado en proteger a sus ciudadanos”.
El otro lado de la cancelación
Incluso en las notas que defiende el derecho a criticar o “cancelar” a alguien, se habla de la necesidad de mesura.
Porque hay una dificultad clara al no existir nada articulado. La cancelación es un terreno en el que calzan diversas formas -desde las más relajadas, hasta las violentas-, no es sencillo comprender el fenómeno.
Hay una animosidad en el ambiente.
Como lo especifica Sarah Manavis La cultura de la cancelación no existe:
“Algunas de las personas que aseguran haber sido canceladas citan como prueba del fenómeno el real y obsesivo acoso que han recibido. El acoso nunca es aceptable. Pero la verdad es que hay mala fe en cada lado de todo argumento. El volumen de abuso que alguien recibe en redes sociales tiende a corresponder al tamaño de exposición que suele tener (y, casi siempre, lamentablemente, a su género)”.
Es por eso que desde las posiciones que afirman que la “cultura de la cancelación” no existe se lucha también por erradicar el abuso en redes. Y se lucha para entender mejor los fenómenos ligados a esta era digital. Porque no toda crítica es cancelación, no toda crítica es abuso.
Para Manavis, si el temor de los críticos es que desaparezca el derecho a no estar de acuerdo con algo o alguien, esto tiene que ver con un ejercicio de poder.
Porque la "cultura de la cancelación" buscaría que gente en posición de poder -empresarios, gente famosa, influencers, etc- se vuelvan responsables por su comportamiento irregular.
Una responsabilidad enteramente social.
Para Nesrine Malik, de The Guardian, hay algo positivo en que esto suceda. Sin embargo también entiende por qué, en plena época de explosión de redes sociales, “la cancelación” se ha vuelto una constante:
“El pánico que la rodea se renueva cada vez que se bajan los muros entre los creadores del discurso y los consumidores del discurso”.
Bajo esta mirada, lo que sucede no es una "cancelación" como tal, sino la expresión individual de alguien -como consumidor o consumidora- que usa sus redes sociales para darle espacio a lo que quiera. Y por ende no dárselo a lo que no quiera.
Las consecuencias de la cancelación
¿Existen? Desde luego. Y cada caso es particular. Algunos son más duros, otros menos. Unos tienen una mayor duración, otros se diluyen en poco tiempo.
Eso no significa que no generen un mal rato en la víctima de cancelación.
¿Los más complicados? Las personas que están lejos del reflector. Porque cuando se habla de “cancelación” a J.K. Rowling, la realidad es que nada ha pasado con ella, más allá de un mal rato en redes.
Lo que sucedió con el director y guionista James Gunn sirve de ejemplo. En 2018, alguien revisó en sus cuentas de redes sociales y encontraron tuits de 2008 en los que hablaba de violación y pedofilia. Gunn pidió disculpas y aseguró que esos comentarios no eran más que malas bromas con las que quiso molestar.
Marvel Studios lo despidió mientras se encontraba en la preproducción de Guardians of the Galaxy, Vol 3. Para entonces, Gunn ya había escrito y dirigido las dos entregas anteriores.
La competencia vio una oportunidad. Enseguida Warner Bros. Pictures lo contrató para hacer una nueva versión de The Suicide Squad. Y en 2019, Marvel lo volvió a contratar para hacer la tercera parte de los Guardianes de la Galaxia.
Fuera de este terreno -y de famosos que han debido cerrar sus cuentas en redes por protestas en línea- las implicaciones son más fuertes.
Como le pasó a Justine Sacco, la directora de comunicación del holding IAC. En 2013 puso un tuit -desde su cuenta personal- en el que antes de viajar a África hizo una broma pesada sobre el Sida y el continente al que estaba por viajar, con un tufo gigante a sus privilegios como blanca. Ni bien llegó a su destino, se enteró de que su tuit se había viralizado y que había sido despedida.
Seis meses después de esto ya tenía trabajo.
O el reciente caso de Greg Patton, acusado de usar una palabra que sonaba a insulto racista en una de sus clases -vía Zoom, por pandemia-, en la Escuela de Negocios de la Universidad del Sur de California.
Un grupo de estudiantes envió una carta a las autoridades para denunciar que Patton usó una palabra china que sonaba a “nigger”. Y pidieron que sea sancionado. Esto generó que la universidad abriera una investigación y suspendiera temporalmente al docente.
Suficiente para que una serie de notas en medios y comentarios en redes hablaran sobre la “cultura de la cancelación”. Pero no para dar todos los detalles.
Porque la investigación no arrojó nada. Patton no fue echado no recibió sanción alguna. Y si bien por el momento está fuera de la Escuela de Negocios, sigue enseñando en otros espacios en la misma universidad.
Para Jessica Valenti, al hablar de la “cultura de la cancelación” no tiene sentido decir que la libertad de expresión está en peligro.
Ella afirma que se trata solo de gente poderosa a las que solo les preocupa que su discurso no sea tocado: “quieren poder decir lo que quieran sin consecuencias y pintarse a sí mismos como las víctimas incluso cuando ejercen más poder institucional y sistémico que cualquiera que los critique”.
Este es un hecho de Internet, que se debe aceptar como una experiencia que ha venido a quedarse.
Como lo explica el escritor y periodista español Jorge Carrión, para quien “la cultura de la cancelación”es evidencia de algo más profundo:
“...en Internet se reproduce, por tanto, la tensión entre la masa y el individuo, entre los colectivos políticos y las figuras intelectuales. En un nuevo contexto, feminista, postcolonial, ecológico. Es de una gran complejidad”.
Finalmente, ¿"la cultura de la cancelación” es activismo? Quizás Barack Obama dio una definición precisa sobre esto en 2019.
Entonces aseguró que si no se sobrepasa la crítica o denuncia en redes, no se producirá ningún cambio real:
“A veces tengo una sensación entre ciertos jóvenes, y esto se acelera en las redes sociales, existe esta sensación de que la manera en que se hace un cambio es al juzgar lo que más se pueda en otras personas”.
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