Daniel Ortiz y la necesidad de la tragedia como instrumento literario
"Pasarela de Tierra" es el libro con el que Daniel Ortiz se estrena como un narrador que sabe que la ficción puede intervenir y cambiar la realidad.
Diego Corrales / PRIMICIAS
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El carácter trágico es lo que define al ser humano. No hay manera de escapar de eso. Hay una mortalidad segura y la concepción de que aquello que empieza terminará de alguna manera.
O mutará en algo más, que marca el final de lo anterior y el arranque de lo nuevo.
Los cuentos de Daniel Ortiz se mueven en ese entramado trágico, es verdad. Pero eso que demarca la tragedia es lo que también profundiza sobre las oscuridades y esperanzas humanas.
Ahí, donde transcurre algo que conflictúa al lector, hay algo que funciona como ventana abierta para que entre aire.
Así sean historias que parecen jugar al testimonial y contar cosas personales -dentro de un juego de ficción más que evidente-, como la relación con un abuelo y el paso del cometa Halley; o la conexión con las montañas y el andinismo, Pasarela de Tierra (Tinta Ácida y Cuerpo de Voces Ediciones) da espacio para otras puestas en escena.
En relatos en los que quizás existan detalles de una realidad conocida por muchas personas.
Como el caso de la mujer como eje central de una mafia en los mercados de Quito, un personaje que resulta familiar para muchos.
O el de la chica que es abusada y asesinada por un grupo de hombres, en un relato que guarda muchas relaciones con un hecho conocido y que generó repudio generalizado.
Ortiz usa la ficción no para dar lecciones. Sí para hacer justicia. De alguna forma.
Dar voz a los personajes en los que la Historia se rompió y, así, permitirse hablar de algo mucho más complejo: en la ciudad, en esa pasarela de tierra, los absurdos y las violencias son posibles.
Especialmente a quienes tienen todas las de perder.
Reducir la distracción
Si se trata de hablar de su trabajo como escritor, lo de Ortiz es permanecer al servicio de lo que quiere contar.
Más que hablar de una prosa cuidada -que lo es- lo que sobresale es la intención de poner su escritura al servicio de cada uno de los relatos que integran la colección.
Ortiz se concentra en la totalidad del cuento, en lo que quiere contar, en lo busca denotar y entregar al lector.
Eso le permite alterar la estructura de sus relatos como recurso -dividiendo algunos cuentos por partes-, con lo que incluso puede contar uno de ellos hacia atrás.
Y detener la acción principal para mostrar algo más de lo que está pasando con un personaje en particular.
Quizás lo más interesante de todo sea la necesidad de recurrir a la recopilación de datos, como mecanismo de entrada. Como si la información se convirtiera en el puntapié inicial de toda historia.
Extrañamente, la acción funciona, como si con el detalle frío de fechas y acciones, todo lo demás tuviera el peso que requiere para impactar.
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“Los que vendrán 20-20, nuevo cuento ecuatoriano”, varios autores
Una antología que, al menos con el primero de los cuentos que se puede leer, se cumple la idea de la apuesta. Porque el ganador del II Mundial de Escritura, Rommel Manosalvas, abre este grupo de relatos con Disforia, un cuento donde se puede percibir más sobre esa fascinación por lo perverso y lo intenso. De ahí en adelante, otros 25 cuentos, donde el carácter fantástico, lo realista, la fábula y las tensiones psicológicas se debaten en sus casi 200 páginas. Es probable que lo de Manosalvas no sea el único caso, solo es cuestión de tiempo para ver qué otro nombre saldrá de esta colección.
“Tratado de los bordes”, de María Paulina Briones
Hay una crudeza en este poemario que se puede leer y releer las veces que se quiera para saborearlo en toda su magnitud -sí, hay un doble sentido aquí-. Una forma de crudeza que asemeja el contacto carnal con la comunión de dos cuerpos y con el estudio de estos cuerpos, que vendría a ser la base del poemario. Corporeidad detallada a manera de revisión casi médica, que revela una especie de desesperación sobre aquello que se termina y que debe sostenerse de alguna manera. Para evitar un desenlace: “La cabeza es lo último que se pierde, la memoria, lo primero”.
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