Dalton Osorno y cómo encontrar a Guayaquil en el lenguaje de una novela
"Crónicas para jaibas y cangresos" es la novela con la que Dalton Osorno se convirtió en uno de los ganadores del premio de La Linares 2020.
Orfaith Rivera, PRIMICIAS
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Lo que hace Dalton Osorno en Crónicas para jaibas y cangrejos es hablar de Guayaquil, representar la ciudad, hablar de un tiempo pasado, de su gestación, de una zona en particular.
En ese "hacer" hay un hecho mucho más importante, poderoso, y es que Osorno más que contar algo, le da lenguaje a una ciudad dentro de esta ficción -o no-.
Crónicas para jaibas y cangrejos es una maquinaria perfecta no tanto por lo que cuenta, sino por la forma que lo hace.
Porque aquí hay varios personajes -desde un cronista viejo, un novelista joven, gente que habla, la misma ciudad, una calleja particular- enmarcados en contar una complejidad geográfica, histórica y social.
Guayaquil y la calle Salinas, como eje, como zona de encuentros sexuales, de prostitución en la ciudad. "Zona de tolerancia", como le dicen
Guayaquil y sus personajes, vistos por y a través de Ambrosina de Amay.
Así, la novela es una colcha de retazos, que en su totalidad tiene forma, sentido y contundencia.
Buscando a Ambrosina
Crónicas para jaibas y cangrejos se sostiene en el lenguaje.
No es una especie de reminiscencia de un Guayaquil antiguo -incluso, en momentos, parecen leerse fragmentos de un texto en castellano antiguo- es una nueva manera de enfrentarse a la ciudad.
Puede percibirse un sentido popular en muchos momentos. Quizás la intención del autor sea esa: retratar ese Guayaquil que suena anacrónico. Al menos esto se podría decir en teoría.
Osorno mira hacia atrás, pero estructura algo mucho más fuerte y contemporáneo.
La novela puede exigir a ciertos lectores -que desconocen muchas de las palabras que ahí aparecen- que vayan al diccionario. Ese no es un problema. La apuesta estética de Osorno rinde en sus 180 páginas.
Porque Crónicas... refleja en el lenguaje la profundidad de lo que debe ser una ciudad. Y mientras los personajes buscan lo que hay detrás de Ambrosina de Amay, se arma un recuento anecdótico de Guayaquil.
Sus leyendas, espacios, su fundación, sus voces. La calle Salinas como centro de operaciones. Su deseo por ocultarlo y el orgullo por su existencia.
De cierta manera, la literatura puede ser resistencia, incluso cuando en medio del remolino de figuras y escenas, se puede perder el sentido inicial.
Eso no importa, como la marea, eso va y viene y, finalmente, acabará teniendo claridad. Porque una novela no es solo llegar al final, es también el recorrido.
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"El rincón de los justos", de Jorge Velasco Mackenzie
La primera novela de Jorge Velasco Mackenzie va a ser una maravilla por los siglos de los siglos. Todo pasa en Guayaquil, en el barrio Matavilela -terreno de ficción, Velasco no inventa una ciudad, sino un barrio- en el que consigue representar los problemas urbanos, las faltas y ausencias de una zona marginal; así como el maltrato de gente con poder. Sin tener vocación educativa, con El rincón de los justos, Velasco Mackenzie permite al lector experimentar la sensación de vergüenza y la violencia histórica hacia lo marginal. Todo eso que está de más y que debe ser enviado lo más lejos posible, casi como una explicación que ayudaría a entender el crecimiento de los asentamientos ilegales. Más allá de la ilegalidad hay una historia que contar, siempre.
"El libro flotante", de Leonardo Valencia
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