Cultura: la institucionalidad es cuestionada en época de crisis
Ante cuestionamientos al Ministerio de Cultura y Patrimonio, gestores y artistas, si bien aceptan fallas, reconocen que se necesita una institucionalidad.
Tres entidades estatales manejan parte de la cultura del país, aunque el Ministerio es el órgano rector del Sistema Nacional.
Orfaith Rivera
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La existencia de instituciones que desde el Estado definan y permitan gestionar políticas públicas en lo cultural, está en duda.
Quizás sea la época, la crisis y la falta de dinero, o algo mucho más profundo.
Son las reacciones de la sociedad civil en contra de propuestas de apoyo estatal a personas que trabajan en la cultura y que están en situación vulnerable.
Los decretos ejecutivos que fusionan instituciones dedicadas a fomentar el arte y el cine.
Así como pedidos de grupos en redes sociales para que, en emergencia, el dinero destinado a tema culturales se redirija a otros terrenos. O textos de opinión de reconocidos periodistas, en los que se pide la eliminación del Ministerio de Cultura y Patrimonio.
Pero, si bien la situación del trabajo cultural es un entramado en el que se han producido errores en el camino, la noción generalizada en el terreno artístico y de la gestión, es que la institucionalidad no debe perderse.
Si algo así sucediera, la cultura en Ecuador viviría un retroceso del que no podría salir.
Por esa razón, PRIMICIAS conversó con gestoras y artistas para dar luces sobre qué sucede con la cultura y su institucionalidad en el país.
Varias instituciones con funciones similares
Si bien la Ley Orgánica de Cultura -aprobada en diciembre de 2016- define que el ente rector del Sistema Nacional de Cultura es el Ministerio de Cultura y Patrimonio, uno de los principales problemas en esa definición es la existencia de dos instituciones más, con funciones parecidas.
Por un lado está la Dirección de Gestión Cultural de la Presidencia que está encargada de administrar los museos de la Presidencia, así como de generar las actividades culturales que se mueven desde Carondelet.
Además, ha sido la encargada de articular el proyecto Arte para todos, que tiene un presupuesto de USD 28 millones -el 80% de la partida del Ministerio de Cultura-.
Y por el otro lado está la Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión.
La relación Ministerio de Cultura y Casa de la Cultura se la podría definir como tóxica. A tal punto que llevó a un exministro a juicio político en la Asamblea.
Raúl Pérez Torres estuvo a la cabeza del Ministerio antes que Juan Fernando Velasco. Gremios y grupos artísticos y gestores lo acusaron de no aplicar la Ley de Cultura al incumplir, entre otras cosas, la correcta asignación presupuestaria a las distintas sedes provinciales de la Casa de la Cultura.
Pérez Torres fue presidente de la Casa de la Cultura por casi tres períodos -2000 a 2004 y 2012 a 2017-. Interrumpió el último para pasar al Ministerio, en el gobierno de Lenín Moreno.
En enero pasado, Raúl Pérez Torres no fue censurado por la Asamblea.
Para Mariana Andrade, gestora, directora ejecutiva del Ochoymedio, y presidenta de la Corporación de Productores y Promotores Audiovisuales del Ecuador (Copae), ahí hay un problema por resolver.
Que existan tres entidades con funciones similares se convierte en una dificultad y, dependiendo de las perspectivas que se tengan en el área de la cultura, habrá una manera particular de verlo.
Por ejemplo, para el escritor guayaquileño Andrés León -quien en 2017 publicara la novela Descartable, en la que su personaje central labora en la Dirección de Cultura del Municipio de Guayaquil- es necesaria la figura de un Ministerio de Cultura.
Porque, asegura, el trabajo de definir la política pública y saber qué elementos priorizar es una tarea compleja y un ministerio tendría la infraestructura para hacerlo.
"La priorización debe ser consensuada, socializada y coordinada con los diferentes actores de la cultura del país, a todos los niveles. Y eso es titánico, por lo que un ministerio y un país deben trabajar en ello".
Andrés León
Para el artista Christian Proaño -que reconoce la necesidad de la institucionalidad- la existencia del Ministerio de Cultura es el problema medular.
Especialmente por su origen, ligado al correísmo, enfocado en crear una estructura clientelar y coercitiva.
Si se hace la pregunta adecuada, la mayoría de artistas coinciden en la poca necesidad de que haya una Dirección de Gestión Cultural de la Presidencia.
Es la institución, dicen, que debería desaparecer.
¿Y entre las dos restantes? ¿Cuál debería quedar? Si bien la Ley Orgánica de Cultura ya ha definido un ente rector, las respuestas no son sencillas.
Mariana Andrade sintetiza una de las posiciones en este vídeo:
Christian Proaño, por su lado, cree que, a pesar de sus problemas internos, la Casa de la Cultura es la llamada a encargarse de la política cultural en los distintos territorios.
Un Ministerio con fallas
Que el Ministerio no haya funcionado como se ha querido, desde su creación en 2007, no es justificación para acabar con la institución pública, dice Mariana Andrade.
Con esa idea coincide la curadora y catedrática Anamaría Garzón, para quien el Ministerio tiene una deuda con lo cultural y artístico, sobre todo, por una perspectiva burocratizadora y populista que ha tenido desde su nacimiento.
La noción que salta a la vista a los consultados es que en medio -y como consecuencia- de ese carácter burócrata, el Ministerio fracasa en el proceso de definición e implementación de política cultural pública.
Es decir ¿cómo hacer para fomentar la creación y generación de conocimiento y arte y que esto llegue a la ciudadanía, a todas las edades y rincones del país?
Christian Proaño, que además de artista es docente, es muy crítico en este punto, sobre todo porque los ejemplos gestionados desde la sociedad civil están ahí y el Ministerio no los ha tomado en cuenta.
Esto, bajo una perspectiva que coloca a los procesos burocráticos por encima de la misma política cultural.
Para León, el Ministerio no ha conseguido posicionar su importancia, incluso dentro de la misma opinión pública:
"Tantos ministros, un desarrollo de la Ley Orgánica que tomó mucho tiempo, una ejecución presupuestaria que tengo entendido no era la más ejemplar del sector público, y otros factores, hicieron que la opinión pública considere que sus resultados en los últimos años eran muy difusos y generaban poco valor agregado al país"
Andrés León
En este punto parece coincidir Garzón, para quien el Ministerio de Cultura no ha sabido explotar, además, el capital simbólico detrás de los proyectos que apoya.
Eso genera una sospecha por parte de la sociedad.
Esa forma en que la sociedad mira a la cultura
Las dificultades en la gestión y el trabajo cultural tienen su reflejo en la sociedad.
De manera directa, con el rechazo a los anuncios del Ministerio de entregar apoyos económicos a personas que trabajan en diversos espacios del arte y que están en riesgo.
Ni hablar de las dudas sobre si el Estado debe o no financiar la creación artística.
Es necesario comprender que una parte importante de la institucionalidad cultural es la gestión de fondos para generar obra y proyectos, con los problemas que esto significa -como lo puede comprobar las dificultades que ha generado el IFAIC a los beneficiarios de los fondos 2018-2019, que todavía no se cierran-.
Pero, en algunas de las propuestas esgrimidas contra la existencia de un Ministerio de Cultura y Patrimonio, se habla de la posibilidad de que el sector privado se encargue del financiamiento del arte, como solución.
¿Es posible ese camino en un país en el que hay decenas y decenas de creadoras y creadores que compiten para obtener algo de dinero para materializar sus ideas?
Esa es solo una parte.
La relación de la ciudadanía con la institucionalidad cultural va de la mano con una idea absolutamente romántica ligada al artista. El arte es de personas sublimes -o de vagos-, pero no se consigue ver como un terreno de producción, un espacio generador de trabajo.
De un trabajo que debe consumirse.
Esa relación, también "tóxica", entre sociedad y arte se mantiene por diversos factores -algunos señalados en esta nota-. Y con ellos en mente se produce una crítica que, en lugar de estar dirigida a mejorar la institucionalidad, propone que esta desaparezca completamente.
Porque en sí, todo depende de la forma en que en la vida cotidiana se concibe la labor artística. La deuda sigue estando en ese terreno.
Algo que Anamaría Garzón sintetiza en este vídeo:
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