Las cinco mejores series y miniseries de TV de 2019
Este es un repaso a lo mejor que han dado la televisión y los servicios de streaming, cuando se trata de ficción. Trabajos sorprendentes y bien escritos, con grandes actuaciones y puestas en escena. Aquí, cinco motivos para encender los televisores y computadores para ver series y miniseries.
Fotograma de 'Watchmen', con Regina King como Soster Night y Andrew Howard, como Red Scare.
HBO
Autor:
Actualizada:
Compartir:
Se cierra el año y es época de listas de lo mejor que ha pasado en campos ligados al arte y, por qué no, al espectáculo.
Y en esta nota, el turno es para las series de televisión. Que, en un terreno donde se espera mucho de ellas, no han defraudado para nada este 2019. Aquí una lista -arbitraria, como toda lista- sobre las mejores series y miniseries que dejan el año que se acaba.
Watchmen: los superhéroes disfuncionales siguen funcionando
Damon Lindelof ha hecho algo que nunca hizo: armar una serie que funciona como continuación de una de las novelas gráficas más importantes de todos los tiempos -ese juguete maravilloso creado por Alan Moore y David Gibbons- y como una aventura unitaria.
Es decir, hay que pensar en una sola temporada y ya.
Eso genera un arco de nueve episodios que resuelven todas las dudas -a diferencia de otros trabajos de Lindelof en televisión- y ofrece un nuevo capítulo a esta saga, a la altura de lo que Moore y Gibbons hicieron.
Porque en esta distopía (en la que Vietnam es parte de Estados Unidos y Robert Redford es el presidente de Estados Unidos) hay terreno para ser absolutamente contemporáneo. Para encontrar en racistas y supremacistas blancos a los villanos y en la arrogancia de personas con mucho dinero el resquicio para que todo se vaya al diablo.
Particular atención al sexto episodio, en el que hay un eterno flashback, que da uno de los mejores momentos de la TV en toda su historia. HBO encontró un gran sustituto a su insigne Game of thrones.
The Crown: la realeza mejora con el tiempo
No hay ni un solo actor que haga un mal trabajo en esta, la tercera temporada de la serie que se adentra al Palacio de Buckingham. Eso hace que esta tanda de episodios se sostenga y siempre arriba.
Eso, tomando en cuenta que el trabajo realizado en las dos temporadas anteriores era magnífico. Ahora, simplemente, la serie es de otro planeta.
Porque está mejor rodada. Porque su fotografía es impecable. Porque aparecen más personajes cercanos a esta época, como el Príncipe Carlos (interpretado por Josh O'Connor, en un rol preciso), que se convierte en un ser digno de toda la compasión y cariño posible.
Porque Olivia Colman y Tobias Menzies son perfectos como la Reina Isabel II y el Príncipe Felipe.
Y, además, porque así como hay humor, en parte sostenido por la presencia de Helena Bonham-Carter, como la Princesa Margarita, hay momentos de intensidad y de dolor que hablan de maestría para contar una historia.
Por ejemplo, el capítulo tres, que muestra la tragedia de Aberfan, es un gran trabajo sobre cómo manejar la tensión y afectar al espectador, en el buen sentido de la palabra.
Chernobyl: la tragedia vista desde ahora
Craig Mezin viene de un terreno completamente distinto al que se espera para hacer algo como esta serie. Ha escrito guiones de comedias que han tenido mucho éxito con el público, y cosas absurdas que en nada remitirían a lo que hizo con esta miniserie.
Johan Renck dirige los cinco episodios que cuentan las razones de la explosión del reactor cuatro en la Estación Nuclear de Chernóbil.
Mezin y Renck usan como base el trabajo de la Nobel de Literatura Alexandra Alexievich (Voces de Chernóbil) para sostener un relato que cuenta esta historia con varias licencias -pedirle a la ficción que rinda cuentas de la realidad es un absurdo-, que funciona como advertencia y recuento.
La miniserie duele, y mucho. Por lo que pasa y las consecuencias. Su último episodio es un golpe en la pasividad del espectador.
Porque si bien aquí se habla sobre la negligencia y el silencio político, construido para decir que todo estaba bien en la Unión Soviética, no deja de ser el relato de ciudadanos a merced de sus gobiernos, de las mentiras que sostiene y de las cosas que oculta.
Russian doll: el día de la marmota, para millenials
Nadia Vulvokov (Natasha Lyonne) está condenada a morir una y otra vez y despertar en el mismo punto, en un baño, en medio de una fiesta, mientras suena una canción de Harry Nilsson.
En esta serie, creada por la propia Lyonne, Amy Poehler y Leslye Headland, hay que buscar una respuesta a este fenómeno.
Y esa búsqueda está plagada de humor negro y de momentos complejos, siempre ligados a la propia naturaleza humana y sus relaciones disfuncionales.
En el camino, Nadia encuentra a Alan, a quien le pasa lo mismo y con quien está conectada. Y en esta conexión, la serie empieza a crecer. Hasta un desenlace que da una solución, pero no necesariamente claridad.
Eso hace de Russian doll (matrioskas, le diríamos) una serie importante. No siempre se trata de que todo se explique. Sino de encontrar en otras narrativas y en la posibilidad del loop como una respuesta sobre lo compleja que es la humanidad.
The Mandalorian: Star Wars, pero bien hecho
Si bien la serie no se puede ver de manera oficial en Latinoamérica, al menos no hasta que Disney+ no envíe su señal a esta parte del planeta, hay forma de ver sus episodios. Hecha la ley, hecha la trampa.
La magia de esta serie, que comanda Jon Favreau, es que hace lo que debió hacer Lucasfilm con la última trilogía de Star Wars: saber respetar el pasado al pie de la letra y ofrecer nuevos personajes, en nuevos entramados, y con otros secretos particulares.
The Mandalorian ha triunfado porque entretiene y está bien escrita y en cada episodio crece.
Sin embargo, no hay que darle más vueltas. La razón de su éxito tiene mucho que ver con la aparición de ese pequeño ser que se lo conoce como "El chico".
El "Baby Yoda", como el mundo ha decidido llamarlo—,se ha tomado todos los espacios de vida posibles. Esto por su diseño, por sus gestos y sus acciones que en ciertos momentos recuerdan a un gato muy pequeño.
El triunfo, quizá, viene de la mano de la ternura.
Compartir: