Las cinco canciones de Gustavo Cerati para celebrar su genio

Canción absoluta de amor, grabada en la casa en la que vivía con su entonces esposa, Cecilia Amenábar, a la espera del nacimiento de Benito, su primer hijo. Cerati habla de cómo el amor lo eleva, incluso a hacer maravillas. Y de la tentación de ir a despertar a Amenábar a mostrarle la música hecha por la noche. Cecilia Amenábar hace coros y toca el bajo aquí.

Un momento electrosinfónico antes de que Cerati hiciera propiamente el disco sinfónico. Una canción que habla de la depresión y de la búsqueda de la salvación o de paz -a través de la imagen holográfica de un Jesús en 3D-. La London Session Orchestra toca, con una intervención grabada en los clásicos estudios de Abbey Road. La historia dice que Cerati no pudo contener las lágrimas durante la sesión.

Segundo tema del tercer disco solista de Cerati. Siempre es hoy es el trabajo del que menos se habla del músico argentino, lo que supone una injusticia, porque si bien no hay canciones upbeat y poca necesidad de himnos, este es un momento que mezcla de manera perfecta al Cerati electrónico y al tipo rockero que convivió casi separando roles. No te creo es un tema lento, de mal carácter, de tensión, fabuloso.

Canción que llegó a ser uno de los últimos sencillos del exitoso Ahí Vamos. Cerati regresa a la sensibilidad que lo hizo famoso y da en el clavo. Aquí hay cierta noción de balada, disfrazada con un beat de rock, hacia adelante , con guitarras ceratianas vestidas con delay. El sonido de Soda Stereo llevado al siglo XXI, con una sensibilidad en la que la voz le dice a la persona amada que no hay problema con ir despacio para que la relación funcione.

El disco en el que Cerati cantaba que tenía todo por delante y que nunca se había sentido tan bien. Y la canción que funciona como el track escondido del álbum -aunque ahora ya suene de forma independiente-. Una canción preciosa y nostálgica, que es capaz de reflejar la pasión de Cerati por cierto misticismo, por los números y los juegos de palabras. Hay algo indescriptible en un ejercicio sonoro y compositivo tan sencillo y a la vez tan melódico.