Álvaro Bermeo y su control absoluto en el escenario del Teatro Sucre
Álvaro Bermeo durante su concierto solista, el pasado 4 de febrero de 2021, en el Teatro Nacional Sucre.
Cortesía FTNS 2021/ Cristina Moreno
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Entró y lo aplaudieron. Había espacio para más personas en el escenario, pero por lo pronto solo estaba él.
Tocará la guitarra electroacústica, cantará sin ella, se pondrá nariz y peluca de payaso -dirá que no es candidato cuando lo haga-, hablará poco. Todos estarán atentos a él. Entre los asientos y en sus casas.
Por la posibilidad semipresencial y en línea. Todo en vivo. Sus canciones, la de su banda y las que toca solo con su nombre, como firma.
Se trataba, al ser parte del público del Teatro Nacional Sucre, el pasado 4 de febrero, de reconocer que se atestiguaba algo particular e irrepetible. Álvaro Bermeo en escena, sosteniendo el universo sobre sus espaldas, al menos al inicio. Bermeo demostró que puede mantener un proyecto solista en soledad, con su guitarra, sus letras y melodías.
Nada más.
Y si solo era eso -su concierto en solitario, sin Guardarraya, con nadie más sobre el escenario- no habría forma de quejarse.
Pero fue más que eso. A pesar de que a veces algo sonaba más fuerte que otra cosa, que el volumen en conjunto variaba -al menos en la transmisión online- hubo una magia que no se pudo romper.
Luego de los cuatro primeros temas, a los que llegó con mascarilla y saco -que dejó en un perchero, antes de agarrar el instrumento y darle espacio a sus canciones-, aparecieron los músicos que le dieron el matiz adicional a lo que sucedía.
Entre ellos, una comprensión absoluta y propia del objeto canción. De que el ritmo -lo urbano, lo tradicional, o lo mestizo- es el lienzo para temas que reflejan la capacidad que tiene Bermeo como cantautor. Hay tensión, dolor, sosiego y esperanza en su obra. Hay también algo tan local que abruma y se derrama en cada una de las notas.
Bermeo sabe tocar guitarra. Entiende cómo jugar con acordes, con variaciones para que no suenen planos. Puede rasgar, arpegiar, mantener el ritmo con soltura. Lo que los demás músicos hicieron es aportar con diferentes colores, desde el contrabajo, las percusiones y una guitarra adicional.
Importó el conjunto y no las imprecisiones que siempre se van a dar en un vivo. Porque a veces se pueden pifiar notas al cantar. Con estas composiciones, eso no importa.
Ya para Chuchaqui, la quinta canción, apareció cierto carácter festivo. La voz del tema pide que se le pase la sensación, pero la hace a su manera. Con un plegaria divina que no abandona la confrontación. Porque la música es eso.
Álvaro Bermeo cantó:
Diosito mío yo te juro: nunca más vuelvo a tomar /
Pero te ruego ten clemencia, Lucifer me va a llevar /
Yo te juro que el domingo llevo a misa a mi mamá /
Nunca dudé de tu existencia, solo un poquito nomás /
Es que a veces tú eres feo, nunca entiendo tu bondad".
No hay nadie que haga canciones como las que hace Bermeo. Lo único está ahí.
El festejo de lo doloroso y de la tristeza
Se puede celebrar lo triste y lo que hunde. La música es catarsis, génesis y exégesis. La tarde y noche del jueves pasado hubo bolero, pasillo, son... una sensibilidad que pudo venir del rock, pero que resultó algo más. Fue la indagación. Son más de 20 años de carrera de Bermeo, y esa falta de pureza y exceso de curiosidad hizo que su concierto fuera una puesta y apuesta en escena.
Una representación de algo tan propio de la ciudad.
No hubo manera de percibir en estos sonidos nada que no sea local. Ni siquiera en eso que parece ser un manto duro, oscuro y pesado que visten estas canciones. Porque el personaje o la voz sufre o genera sufrimiento. O hay algo más detrás, eso se pudo percibir con el baile que generó Mi Panecillo Querido, la canción número 12 de la velada.
O lo que pasó en No me quiere ma -canción que forma del proyecto Escuela Quiteña, disco que el cantante se encuentra trabajando en este momento-. Una bomba que obviamente invitó al baile y a una comprensión de la agonía de un hombre porque la mujer ya no lo quiere. No fue ese dolor del "macho" del pasado -en función de ver a la mujer como propiedad-. Era un dolor que funcionó porque acepta la voluntad de la mujer.
La parte final del concierto tuvo que ver justamente con Escuela Quiteña y esta posibilidad de cantar también canciones de otras personas. De este proyecto, Bermeo presentó El Gallinazo, en la que el repetía: "No es la mala suerte / estás tentando a la muerte / Si no aceleras el paso te agarra el gallinazo". Los augurios también debieron ser parte de un espectáculo de Bermeo.
"En el infierno estaré / ahí te voy a esperar / no me moveré", fue el verso de Zamba Surreal que cantó el público presente en la sala, casi al final. El escenario debía ser el de una cantina especial -Bermeo bebía un líquido transparente de una botella pequeña, en una mesa a su lado, entre canción y canción-. Hubo intimidad ahí.
A pesar de los y las asistentes. De la colaboración de músicos como Andrés Caicedo, Diego Manda, Matías Alvear y David Tamayo. A pesar de los invitados a cantar y tocar con él, como Denise Santos, Julio Andrade y Alex Alvear. Todo fue íntimo.
Tanto que ese tono preciso en Reencarnación, la última de las 15 canciones, Bermeo cantó sobre los momentos duros, sobre las ausencias -dijo que la canción tenía tres semanas de vida, recién- y sobre esa necesidad de regresar para cantar lo que tiene adentro.
Eso es esperanza. En medio de toda la tristeza, la música fue esperanza en el Teatro Sucre, gracias a estas composiciones.
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