50 años del disco que mostró el genio solitario de Syd Barrett
'The Madcap Laughs' es el primer disco solista de Syd Barrett, el músico loco por excelencia de la historia del rock.
PRIMICIAS
Autor:
Actualizada:
Compartir:
Un disco que se hizo por partes, que se grabó durante 15 meses, con cuatro productores distintos. Gente que quería genuinamente a Roger Keith 'Syd' Barrett, que sentía que le debía dar una mano para recuperar su carrera.
Porque había sido la columna vertebral de Pink Floyd, en sus primeros años.
Fue esa fuerza creativa detrás de su primer disco, The Piper at the gates of dawn. El guitarrista, cantante y compositor principal que poco a poco fue cayendo en un agujero del que, si salió, prefirió hacerlo en silencio y alejado de todo.
Su comportamiento se volvió errático. Podía permanecer por horas en estado catatónico -a veces en pleno concierto-, luego podía ser lúcido y, de nuevo, caía en ese terreno imposible de definir. Barrett consumía drogas alucinógenas. La leyenda dice que un día se le fue la mano y no pudo volver. Otra versión asegura que era esquizofrénico y que no estaba diagnosticado y que, peor, no recibía tratamiento.
En abril de 1968, él estaba fuera de Pink Floyd. En mayo preguntó si podía ir a los estudios de Abbey Road a grabar sus nuevas canciones.
Le dijeron que sí. ¡Qué mejor que tener a Pink Floyd, por un lado, y al tipo que les había dado su primer número, por otro, en la misma disquera!
No siempre fueron las mejores sesiones. La gente declinaba trabajar con él porque ya conocían sus historias. Barrett iba con su guitarra y sus letras. Grababa cosas, proponía ideas, salían bien y otras no tan bien. Estaba solo en el estudio. Su manager lo empezó produciendo, luego llegó el ejecutivo principal de su disquera -Harvest, una subsidiaria de Emi- para, finalmente, dar paso a David Gilmour y Roger Waters, quienes decidieron darle una mano a su amigo.
Quizás por culpa por sacarlo de la banda. Quizás porque sentían que era una obligación.
La historia ha dejado en claro que Gilmour siempre fue un guardián celoso de la obra de aquel tipo que conoció siendo adolescente en su Cambridge natal. Bajo su manto -y obviamente el de Waters- Barrett pudo terminar el disco, mezclar las canciones y ordenar la lista de temas.
The Madcap Laughs es un gran disco, que funciona por lo difuso, extraño y poco unificado que está. Porque muchas cabezas trabajaron ahí, porque todas buscaron su propia versión de Barrett y en el camino, con un claro fracaso, dieron en el blanco.
Este es un álbum en lo que todo suena desconectado y, al mismo tiempo, con una propia mística.
El Barrett que brilla
Si bien los momentos de coordinación en el músico inglés escaseaban, cuando todo estaba alineado, las canciones salían una detrás de otra. En términos prácticos, Barrett pudo despachar en dos días un poco más de la mitad del disco. De cierta forma eso le da ese carácter entre acústico y eléctrico importante a The Madcap Laughs.
Barrett se colocaba en el centro de la sala de grabación, con su Fender Telecaster, su guitarra acústica y su cuaderno con las letras. Y tocaba y cantaba. Repetía hasta dejar una toma decente. Solo en dos canciones tocó con un baterista y un bajista. El resto fue solo él.
En tres temas, la banda Soft Machine grabó el acompañamiento de lo que ya había registrado Barrett.
El resto de las 13 canciones es el músico inglés en soledad, haciendo todas las guitarras y voces. Con las mismas inquietudes de Barrett girando: la niñez, la fantasía en clave de historias que parecen salidas del universo de Tolkien, la presencia de una persona amada, la necesidad de contacto, y el autoreconocimiento de que algo no está bien en él.
Demasiada conciencia en una sola persona. En alguien que estaba perdiéndolo todo.
“Inside me I feel / alone and unreal” (adentro me siento solo e irreal) canta en Late Night en una especie de confesión para cerrar un disco, con la música como un murmullo muy por debajo de la voz. La estética es política y la mezcla dice mucho por cómo suena cada cosa.
The Madcap Laughs empieza con una canción casi hipnótica, donde se habla del amor a otra persona y que lleva el título de un tipo de tortugas, Terrapin. Ese es el nivel. La mezcla de imágenes a la par que la mezcla de beats y de compases. Todo tiene sentido porque Barrett lo percibió de esa forma.
De ahí en adelante, así sea un notable ejercicio porque todos los instrumentos entren en su lugar, como pasa con No good trying y en cierta medida con Octopus, y Love you, lo que se percibe es un laberinto en el que hay ingenuidad, apuesta y sollozos.
Hay un sentido upbeat macabro en canciones como No man’s land, Here I go -Barrett canta los temas en un único tono, como si no estuviera ahí-. Un guiño constante a los brujos, magos, hadas y lecturas infantiles, en uno de los mejores temas de Barret: Dark Globe. Y algo que perdura en su musicalización de un poema de James Joyce, Golden Hair.
Lo extraño -lo más preciso sería hablar de “lo más extraño”- es que en un grupo de cuatro temas, marcadamente acústicos -Long Gone, She took a long cold look at me, Feel, If it’s in you- el caos sea donde esté puesto el foco. Casi como si se tratara de mostrar a Barrett fuera de forma, imposible.
Aquí se detiene, cambia de hoja en su cuaderno, se le salen los “gallos”, pide volver a empezar la canción: todo eso suena y se ha quedado en la grabación. Algo injusto.
Al menos Gilmour lo supo y es por eso que en la edición de 2010 de los mejores éxitos de Barrett, los temas de The Madcap Laughs que aparecen ahí han sido remezclados y, en casi todos, el guitarrista de Pink Floyd volvió a grabar el bajo para que suene mejor. Así, esa desafinación horrorosa de If it’s in you desaparece y la canción adquiere ese nivel de belleza justo.
Syd Barrett estuvo en un momento de explosión y lucidez musical estos años. Solo 10 meses después lanzaría su segundo disco, titulado simplemente Barrett. Producido solo por Gilmour, este es un disco menos experimental y más directo. Sin embargo, The Madcap Laughs no deja de ser emblemático.
Porque el músico que aparece en la portada, casi a oscuras, en la nebulosa, con el cabello enmarañado estaba en un lugar en el que solo él podía entrar. Y con un disco le permitió al mundo entrar a ese espacio. Y eso se agradece.
Escuche el disco aquí
Otras recomendaciones
“Five years”, de Duran Duran
Duran Duran rinde homenaje a David Bowie, por el que sería su cumpleaños número 74, con este cover. La canción que abre ese majestuoso disco The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars, de 1972.
El toque actualizado y absolutamente new wave revela cómo la hermosa composición de Bowie puede resistir una bomba nuclear que acabe con toda la civilización.
Los teclados y los pianos tienen una mayor presencia en esta versión, en la que se respeta la estructura original del tema, pero las guitarras quedan de lado.
“Tryin' to get to heaven / Mother”, de David Bowie
Como regalo de cumpleaños, quienes manejan la memoria de David Bowie han decidido lanzar dos temas que habían estado grabados hace más de 20 años y que no habían salido.
En 1998, David Bowie grabó el tema Tryin’ to get to heaven, que Bob Dylan lanzara en su disco de 1997 Time out of mind. Y en 1998, junto al eterno productor Tony Visconti, registró su versión de Mother, ese clásico de John Lennon de 1970. Una canción que debió salir en un disco tributo a Lennon que nunca se publicó.
A finales del siglo XX, Bowie estaba en un nivel de experimentación increíble, con un registro vocal de barítono que funciona a la perfección. Sí, es un regalo para los fanáticos.
Compartir: