La versión española del 9 de Octubre desnuda los errores de las tropas realistas
Un testimonio español, rescatado de un archivo militar, narra cómo se produjo el asalto a los cuarteles y la rendición de las tropas realistas en la revolución del 9 de Octubre de 1820.
Una recreación de los cohetes que estallaron en el cielo nocturno de Guayaquil, la noche del 8 y la madrugada del 9 de Octubre, la señal de los conjurados previo a la toma patriota de los cuarteles.
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Cohetes estallando en el cielo nocturno como una señal del inicio de la rebelión, el hostigamiento a los cuarteles o los españoles detenidos, enviados con grilletes en una goleta a Perú, están entre los momentos que marcaron la revolución independentista del 9 de Octubre de 1820 en Guayaquil.
Se trata de detalles aportados desde la visión de los derrotados, la versión de un oficial español al mando de las tropas acantonadas en la ciudad, que PRIMICIAS acompaña de recreaciones visuales generadas por Inteligencia Artificial (IA) por los 204 años de la gesta de la Independencia.
La historia la recoge el libro “Relación que hace don Ramón Martínez de Campos sobre la revolución del 9 de Octubre de 1820…” del historiador quiteño Enrique Muñoz, publicado en 2010 por la Academia Nacional de Historia (ANH).
Ramón Martínez de Campos refiere en un testimonio rescatado de un archivo militar español cómo la Corona perdió la ciudad cuando él se desempeñaba como teniente de la tercera compañía del Batallón de Granaderos de reserva de guarnición, en la plaza y puerto de Guayaquil.
El relato ahonda en las alertas que las autoridades leales a la Corona desatendieron para evitar el éxito de la rebelión.
Dos cohetes de alerta y dos para la acción
La revolución era un secreto a voces. En la mañana del 8 de Octubre, el propio Martínez había visitado a unas señoras Ponce, quienes le previnieron del “alzamiento del pueblo”.
Las mujeres le ‘chismearon’ al teniente incluso sobre la huida de familias a las haciendas, fuera de la ciudad, “para evitar las desgracias que sin duda podrían originarse”.
Y la noche del 8 de octubre de 1820, a las 23:00, dos cohetes rompieron el silencio, aunque en un inicio no se percibió movimiento alguno, según cuenta el teniente español.
La ciudad permanecía en calma, y aunque había rumores de una posible insurrección, aún no se confirmaba el alcance real de la amenaza.
Así que, al escuchar los cohetes, el oficial temió que se desencadenaran los saqueos o una verdadera revuelta. Pero no advirtió nada más por las siguientes cuatro horas.
El teniente aguardaba el desenlace en la casa de Benito García del Barrio, comandante del Batallón Granaderos de Reserva. Y el gobernador José Pascual de Vivero también estaba avisado, pero desestimó los informes y creyó que se trataría a lo sumo de un robo.
El Gobernador ordenó guardias de oficiales con 25 hombres en los tres puertos fortificados del Cerro de Ciudad Vieja, en el actual Cerro Santa Ana, donde nació la ciudad.
Pero los cohetes de aviso de la conjura volvieron a sonar a las 03:00, luego de lo cual Martínez cuenta que escucharon un ruido sordo en los exteriores de la casa del comandante.
“¿Quién vive?”, preguntó el centinela
Ante los ruidos en el exterior, un centinela lanzó la pregunta al aire: “¿Quién vive?”. Y le respondieron a coro en la oscuridad: “La patria y América libre”, a lo que le siguió una descarga cerrada de disparos que atravesaron de parte a parte las paredes de quincha (caña y barro) del domicilio.
El enfrentamiento con mosquetes y pistolas duró tres horas. Los defensores resistieron a “vivo fuego” dentro del domicilio, mientras los rebeldes patriotas atacaban desde fuera. El asalto lo dirigió el subteniente Hilario Álvarez con unos 50 hombres unidos a la causa de la revolución.
El hostigamiento a las guarniciones y cuarteles españoles se prolongó hasta el amanecer y resultó en un número indeterminado de heridos y en al menos 15 muertos entre ambos bandos, según la versión de los derrotados.
Solo en el ataque a la casa del comandante se contaron dos muertos y tres heridos entre los militares españoles, de acuerdo con la relación de los hechos.
Martínez de Campos cuenta cómo descargó sus pistolas desde el balcón contra los rebeldes, mientras una pequeña guardia a su mando (dos cabos, ocho soldados y un asistente) intentaba repeler el ataque.
Sin embargo, los patriotas regresaban reforzados. La resistencia española se desmoronó cerca de las 06:00 y tanto Martínez como García del Barrio decidieron rendirse tras agotar los últimos cartuchos.
Los patriotas habían tomado a lo largo de esas horas el control de los cuarteles, muchos de los cuales estaban situados en inmediaciones de lo que hoy es el Palacio Municipal y el Malecón. Mientras que la casa de García del Barrio se ubicaba en donde está ahora la Biblioteca Municipal.
El destino de los vencidos
En la revuelta se habrían registrado dos fusilamientos. Los capturados en la casa del comandante del Batallón Granaderos fueron desarmados, amarrados espalda con espalda y embarcados en la goleta Alcance, el buque en el que un día después serían expulsados con destino a Perú.
También se les perdonó la vida al Gobernador y al segundo jefe de la guarnición, a un capitán y al reverendo guardián de la iglesia San Francisco, fieles a la corona española, quienes terminaron encerrados con “grillos” (con grilletes) previo a su expulsión a Lima.
Hasta 2010, los registros oficiales hablaban de un solo muerto en la revolución del 9 de Octubre, el teniente coronel Joaquín Magallar, quien cayó defendiendo su alojamiento.
Según Martínez de Campos, Magallar falleció defendiendo su posición tras ser alcanzado por un disparo del prócer venezolano Luis Urdaneta.
El relato, hallado en un documento en el Archivo General Militar de Segovia (España), destaca la negligencia del Gobernador, que “obró a favor del complot”, pues había sido advertido del alzamiento días antes, por diferentes fuentes, pero desestimó las advertencias, lo que facilitó el éxito de la rebelión.
Este documento complementa la relación de los hechos de los patriotas Manuel de Fajardo, José Villamil y José Roca, quienes escribieron sus versiones de lo sucedido décadas después (entre 1863 y 1890). Mientras el relato español descubierto en Segovia data de 1828.
Lo que Martínez de Campos no cuenta es el desborde de celebración de la gente en las calles en la Aurora Gloriosa del 9 de Octubre, los albores celestes y blanco en el cielo, los mismos colores de la vestimenta de muchos guayaquileños, lo que según los historiadores determinó la bandera de la ciudad.
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