La rockola, el aparato que se adueñó de la bohemia guayaquileña y derivó en un género musical
El folclorista Wilman Ordoñez realizó un recorrido por la historia de la música del despecho en Guayaquil, que tiene influencias de la guaracha cubana y montuvia.
Una recreación de una antigua cantina guayaquileña, con su rockola a la derecha, en el Museo de la Música Popular Julio Jaramillo de Guayaquil.
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Museo de la Música Popular
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Guayaquil tuvo su propia guaracha. La guaracha del litoral o guaracha porteña-montuvia nació a mediados del siglo XX, tanto por influencias cubanas como colombianas, y su sello burlesco se puede rastrear hasta las cumbres de la música de rockola local: las canciones de Aladino.
La propia Fresia Saavedra, la icónica cantante de música nacional, fallecida a los 90 años el jueves 18 de julio, se ubicó como una de las intérpretes de guaracha montuvia. Y de hecho, hasta Julio Jaramillo llegó a grabar un álbum de Solo guarachas.
El género cubano se adaptó y resignificó en la ciudad-puerto, se ensambló con otros instrumentos, enriqueciéndose en un viaje de ida y vuelta entre Guayaquil y el monte.
Y esa “musicalidad guarachera” está en el fondo de las canciones rockoleras de Roberto Calero y, en especial, en las de Aladino, -Norberto Enrique Vargas Mármol, que aún se recupera de un accidente cerebrovascular-.
Estas son algunas de las consideraciones que expuso el folclorista e investigador guayaquileño Wilman Ordoñez, quien por las fiestas de Fundación de la ciudad ofreció la charla “De la guaracha a la rockola, folk-urbano del otro Guayaquil”.
“Ni una pastilla de diazepam con Coca-Cola es tan efectiva como una canción de rockola cortavenas para matar la amargura, la pena y el dolor”.
Wilman Ordóñez, folclorista.
Los asistentes corearon fragmentos de canciones como Penas y Mujer Bolera -que tiene ese dejo guarachero- de Aladino, El Mago de la Rockola; pero también temas como La otra, de Cecilio Alba.
El autor del libro ‘La rockola en Guayaquil, ensayo sobre la música y la cultura popular del despecho’ (Rosario, Argentina, 2023) sostuvo que la guaracha cubana entró al litoral antes que la rockola -el aparato-, desde los años 40 a través de las radios transistores.
Y el género provenía de las jácaras cubanas, “canciones picarescas, de condición bufonesca y rufián”, que enfilaban contra la moral y las buenas costumbres, lo que, según Ordoñez, se adaptaba a la excentricidad de los guayaquileños.
Una rockola por USD 12.000
De estas guarachas, las cantantes guayaquileñas Elvira Velasco y Fresia Saavedra se apropian para producir discos, como también lo hicieron Olimpo Cárdenas y Julio Jaramillo. “La primera época de Fresia Saavedra es totalmente guarachera”, dice Ordoñez.
Se trata de un tipo de guaracha amontuviada por el habla, por la interlocución, la controversia y los referentes simbólicos, según el folclorista. Y entre esas canciones están El diablo anda suelto, El ladrón, El aguador o El incendio.
Pero en el litoral, en vez de la alegría caribeña, se le empezó a imprimir a este tipo de música drama y melodrama, según Ordoñez, que ofreció la charla en el Centro Ecuatoriano Alemán de Guayaquil, en un evento organizado por la Academia Nacional de Historia.
“Los porteños somos parte de esos rufianes que practican la burla y la morisqueta, de esos sujetos que crean y recrean una teatralidad a partir de la palabra y el cuerpo. Y a eso súmale una identidad moral del hombre que parte de mentiras e infidelidad”, dice Ordóñez.
El aparato de rockola ingresó a la ciudad entre 1949 y 1952, lo que dio paso a un género que vivió su época de esplendor entre los años 70 y 80 del siglo XX. La música rockolera o del despecho se conoció con diferentes nombres en países andinos.
El nombre del género en Ecuador no tiene nada que ver con el rock and roll, sino que se desprende de David Cullen Rockola, el creador del dispositivo automatizado que reproduce música introduciendo monedas o pesetas, de acuerdo al investigador.
Para 1965, estos fonógrafos marca AMI -gramolas, tragadiscos o vitrolas- se vendían en USD 65.000 sucres a 30 meses plazo, unos USD 12.000 actuales. Se arrendaban con un porcentaje para los dueños de los negocios. Y en los 70, el Municipio de Guayaquil incluso proscribió por ordenanza las rockolas.
“Manipuladores hasta la agonía”
Los aparatos se instalan en las esquinas de cantinas, cabarets, chongos, casas de citas donde estibadores y proletarios se gastaban sus monedas, para incluso bailar con las meretrices esas canciones tristes.
La rockola como canción se convierte en símbolo y representación del despecho. Y Aladino, cuyas canciones preservan hasta nuestros días cierta musicalidad de las guarachas, es el que mejor simboliza al rockolero arrabalero, según Ordoñez.
“Aladino representa ese ser melodramático, porque la música de rockola expresa lo manipuladores agónicos que somos los guayaquileños. Los porteños podemos ser manipuladores sentimentales hasta la agonía”, señaló el folclorista.
“Los porteños somos excéntricos y casi monomaniacos, obsesionados con una única emoción o sus relacionadas, que en la música rockolera es la tristeza y la infidelidad”.
Wilman Ordoñez, investigador.
La rockola como canción para los guayaquileños vendría a ser una forma de imaginar, comprender y sentir la pena desde un lugar diferente a la razón, según Ordoñez.
Y como reproductor, el aparato sería la extensión moral de la tragedia individual, su interlocutor y depositario. Actualmente, ya sin rockolas en billares y cantinas, los amantes de la música del despecho aún se refugian en ocho programas radiales nocturnos en FM en Guayaquil.
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