Esta es la historia de dos ecuatorianas que comenzaron de cero y hoy son dueñas de sus negocios ¿Cómo lo lograron?
Miriam comenzó vendiendo batidos y empanadas en una pequeña choza y hoy tiene un paradero turístico. Y Ana María fabrica ponchos en Otavalo que ahora se exportan.
Ana María muestra las prendas de lana que elabora en su emprendimiento Unkus.
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En Ecuador, las mujeres son quienes más acceden a préstamos de la banca privada para impulsar sus emprendimientos, según el reporte de Aval Buró y la Asociación de Bancos Privados (Asobanca).
De los 337.000 microcréditos aprobados por la banca privada entre enero y septiembre de 2024, el 59% fue destinado a mujeres, según Aval Buró y Asobanca.
Los microcréditos son un tipo de préstamo que otorgan bancos y cooperativas, diseñados para negocios pequeños que tengan ventas anuales de máximo USD 300.000.
Una de las características del microcrédito es que las entidades financieras dan una asesoría constante y mucho más cercana al cliente que lo recibe, pues en muchos casos se trata de ciudadanos que nunca antes han accedido a otro tipo de préstamos formales.
Así, miles de ecuatorianas emprendedoras han hecho crecer sus negocios y a la vez han comenzado a crear su historial crediticio gracias al microcrédito.
Hay bancos privados en Ecuador que otorgan microcréditos a partir de USD 500 o de USD 1.000.
Estas son las historias de ecuatorianas emprendedoras que hicieron crecer sus emprendimientos con microcréditos:
"Comenzamos vendiendo en una chocita, hoy tenemos un paradero turístico"
Miriam (Manga del Cura, Manabí) tiene 29 años y comenzó vendiendo batidos y empanadas en una pequeña choza en la carretera. Hoy, tras casi cinco años desde que comenzó, la emprendedora y su esposo Eduardo tienen un paradero turístico llamado Choza Biankita, en honor al nombre de su primera hija.
Antes de arriesgarse a emprender, Miriam recuerda que su familia pasaba días difíciles, pues tenía una hija pequeña y su esposo no encontraba un trabajo fijo. "A veces se iba a trabajar a fincas, también tuvo trabajo en un restaurante, pero no había estabilidad, trabajaba al diario, cuando se podía, cuando había", dice la emprendedora.
Por eso, en 2019 decidieron comenzar el pequeño negocio, con dinero prestado de familiares y algo de ahorros que tenían. "Era una chocita pequeña, solo con el techito de toquilla, el piso era de tierra, usamos la licuadora de la casa, igual las sillas, eran las de nuestra casa, porque no teníamos para comprar nuevas", recuerda.
"Sí nos hubiera gustado tener un crédito desde el principio, pero nos daba miedo que no nos vayan a dar, yo nunca había tenido un crédito a mi nombre", recuerda Miriam.
Nos hubiera gustado tener un crédito desde el principio, pero nos daba miedo que no nos vayan a dar.
Miriam, emprendedora
Así, las ventas comenzaron a crecer y la familia se sentía más tranquila al tener ingresos constantes. Y cuando les ofrecieron un préstamo de USD 2.000 de Banco Pichincha para hacer crecer el negocio no lo dudaron y aceptaron.
Con eso compraron más licuadoras, ollas, sillas, una nevera y el negocio siguió creciendo.
Miriam explica que decidieron tomar tres créditos más y el negocio dejó de ser una pequeña choza de batidos y empanadas para convertirse en un restaurante que ofrece platos a la carta, de mariscos y otras especialidades criollas.
"Seguimos con los batidos y las empanadas, con eso comenzamos y nos dimos a conocer, no lo vamos a dejar", añade.
Seguimos con los batidos y las empanadas, con eso comenzamos y nos dimos a conocer, no lo vamos a dejar.
Miriam, emprendedora
Hoy el negocio es atendido por nueve personas, incluyéndola a ella, a su esposo, una sobrina y a su hija mayor de 9 años que también les da una mano.
Miriam dice que se siente contenta de que ella y su esposo han levantado este negocio para su hijas. "Me siento bendecida por Dios, si algún día no estamos, ellas tienen esto que es producto de nuestro esfuerzo, para que también salgan adelante".
Su un día no estamos, mis hijas tienen esto que es producto de nuestro esfuerzo, para que también salgan adelante
Miriam, emprendedora
La emprendedora quiere seguir trabajando para sostener su negocio, pese a los problemas de inseguridad que vive Ecuador, porque quiere darle a sus hijas la educación universitaria que ella no tuvo.
"Estoy orgullosa, este es el legado para mis hijos"
Ana María (Peguche, Otavalo) tiene 37 años y en 2019 comenzó un emprendimiento de ponchos y prendas de lana de oveja junto a su esposo Luis Fernando, con un microcrédito de USD 1.000 que solicitó a Banco Pichincha. Su emprendimiento se llama Unkus Tejidos.
"Esto comenzó como algo pequeño en 2019, y gracias a Dios hemos crecido, tenemos nuestra maquinaria, exportamos y damos empleo directo a unas nueve familias aquí en nuestra comunidad", dice Ana María.
Gracias a Dios hemos crecido, tenemos nuestra maquinaria, exportamos y damos empleos.
Ana María, emprendedora
La emprendedora relata que en 2010, cuando se casó con Luis Fernando, decidieron continuar con la tradición de la familia de él, que se dedicaba a la elaboración de prendas de lana de manera artesanal en Peguche, una zona de alta tradición de actividad textil.
Al principio, el negocio era más sencillo, recuerda Ana María, pues trabajaban haciendo ponchos solo con la tejedora manual conocida como "lanzadera" y vendían los productos en Ecuador.
Pero en 2019 la pareja decidió hacer algo nuevo y más grande, con la idea de exportar las prendas, para lo cual necesitarían más capital.
"Queríamos hacer algo nuevo, diseños y texturas que no se hayan visto antes en el mercado. Queríamos plasmar nuestra cosmovisión andina y el pasado, en el presente, que se refleje en un producto innovador y que guste a los jóvenes", dice Ana María.
Queríamos plasmar nuestra cosmovisión andina y el pasado, en el presente, que se refleje en un producto innovador.
Ana María, emprendedora
Por eso, pidieron un microcrédito de USD 1.000 para comprar la materia prima y comenzaron a producir ponchos bajo la marca Unkus Tejidos. Las prendas de la marca tienen diseños exclusivos en los que predomina el símbolo andino conocido como Chakana.
Al principio no fue fácil concretar ventas, dice la emprendedora, pues en 2020, cuando el negocio apenas comenzaba, llegó la pandemia de Covid-19.
La emprendedora dice que se tomaron dos años en pruebas de textura y diseños hasta que en junio 2019, ya con el primer crédito, tuvieron listas las primeras muestras y empezaron a enviarlas a clientes mayoristas en Chile, Estados Unidos y España.
En esos meses ya se acercaba el invierno en Estados Unidos y España y las muestra que llevaron los mayoristas fueron bien aceptadas para ese clima frío. "Gustó mucho al consumidor y por eso los clientes mayoristas empezaron hacer los pedidos", recuerda la emprendedora.
Para octubre de 2019, el negocio recibió un pedido de 500 ponchos que debía cumplir en 30 días, para que estén listos para venderse en invierno en esos países. Lo lograron.
Pero en 2020 llegó la pandemia y se suspendieron los pedidos. "Estuvimos casi dos meses sin trabajar, suspendimos la producción por salud. Pero fines de marzo de 2020 nos llegó un pedido para Chile de 800 ponchos y retomamos la producción y desde entonces los pedidos no han parado", dice Ana María.
Las prendas se han vendido además en otros países como Canadá, Bélgica, Nueva Zelanda y Turquía.
Hoy Unkus Tejidos produce unos 1.000 pochos cada 40 días, en un proceso de unos nueve pasos en el que la mano de obra artesanal sigue siendo alta, para garantizar los mejores acabados.
Y, además de los ponchos, que son el producto estrella de la marca, la microempresa vende también cobijas, mantas, chompas, carteras, accesorios para el hogar y para uso personal hechos con lana de oveja.
Ana María explica que para alcanzar esa capacidad de producción, tuvieron que hacer inversiones en más materia prima y sobre todo en maquinaria, por eso, recurrieron al mismo banco para pedir dos préstamos más, uno por USD 5.000 para material y luego otro por USD 20.000 para maquinaria.
Con esa nueva maquinaria el negocio ha experimentado constantemente con nuevas texturas, colores y tamaños, ganando cada vez más clientes.
"Comenzamos con tejedoras a mano, pero los ponchos salían muy pequeños. Necesitábamos que sean más grandes y que ampliemos el portafolio de diseños para los clientes del exterior. Por eso pedimos los créditos, porque necesitábamos máquinas en pinza, además de una cargadora y la máquina urdidora", relata.
Ana María dice que lo que la hace más feliz de su negocio es que puede trabajar con su familia "como un equipo". Su esposo es el encargado del área de producción y calidad, y ella está más enfocada en el área de ventas.
"Mis hijos de 7 y 11 años también ayudan y aprenden, ponen botones, ayudan en el peinado de la lana, nos acompañan a las ferias aquí en Otavalo", añade Ana María.
Mis hijos también ayudan y aprenden, ponen botones, ayudan en el peinado de la lana, nos acompañan a las ferias aquí en Otavalo.
Ana María, emprendedora
Tener un negocio propio en el que puede plasmar su arte y llevar a otros países una muestra de la cultura y tradiciones de Otavalo, la enorgullece.
"Estamos contentos de que este legado que recibimos de nuestros padres lo puedan recibir nuestros hijos. Que no olviden de donde vienen, con mi esposo tuvimos una nueva visión y nuestros hijos seguro tendrán otra visión mejor en el futuro y podrán alcanzar mejores cosas", dice.
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