¿Por qué Arabia Saudita gasta y gasta millones en el fútbol?
El reino árabe aceita con sus petrodólares el nuevo eje sobre el que gira el fútbol mundial, algo que la FIFA ha permitido sin pudor alguno.
Dirigentes de Arabia Saudita con la acreditación de su país como sede del Mundial 2034, el 31 de octubre de 2023.
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EFE
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La FIFA, hace rato ya, carece de todo pudor. Lo suyo es el negocio puro y duro. Eso de hacer condenas por, entre otras nimiedades, la falta de democracia y la tolerancia ni se les pasa por la mente a sus jerarcas. Todo lo que oyen estos amables caballeros es el sonido de la caja registradora. Y regalarle el Mundial de 2034 a Arabia Saudita es una raya más a este tigre que solo piensa en la billetera.
No podía esperarse otra cosa, realmente. Hace tiempo que Arabia Saudita, un reino autocrático y petrolero, viene gastando duro y parejo en el fútbol, y no solo en su liga local con fichajes rutilantes como el de Cristiano Ronaldo, sino en el mundo.
Por eso, y pese a que Catar fue sede del Mundial 2022, otra (rica e influyente) nación árabe recibe la sede del Mundial gracias al acuerdo con Aramco, la petrolera estatal de Arabia Saudita.
Desde hace cinco años, el reino saudí lava su imagen con el deporte y con el fútbol en especial, algo que se ha convertido en una política nacional prioritaria. Se destinaron recursos que no han sido transparentados para superar a China (que prácticamente se declara derrotada en el fútbol, un deporte que nunca entendió) y a las alianzas de Australia-Nueva Zelanda y Singapur-Malasia.
La FIFA estableció plazos muy cortos para armar las candidaturas, lo cual dejó a los sauditas con el camino despejado.
Y fueron los sauditas los que presionaron para eliminar la competencia de América del Sur, que recibe como migajas unos partidos del Mundial de 2030, en uno de los actos más vergonzosos de la historia del fútbol.
Además, la Supercopa de España se juega en Arabia Saudita desde 2020 (la pandemia obligó a jugar el partido de 2021 en Sevilla) y el contrato con los españoles se extendió hasta 2030. Los sauditas pagan cerca de USD 31 millones al año por albergar este partido.
Ya son dueños del Newcastle y controlan una parte del Chelsea, y los cuatro equipos más poderosos de Arabia Saudita (Al Nassr, Al Ittihad, Al Ahly y Al Hilal) son controlador por un fondo soberano, administrado los mismos árabes.
El príncipe heredero Mohammed Bin Salman impulsa este proceso, no solo por el negocio, el ego o el lavado de cara internacional, sino porque, sinceramente, cree que el fútbol puede ayudar a cohesionar a una sociedad dividida entre conservadores religiosos y una facción que pide reformas.
Quizás lo logre, quizás no. Pero lo cierto es que la FIFA está feliz que el príncipe haya elegido al fútbol y no otra actividad para sus metas. Mientras esa caja registradora suene, en la FIFA no se pondrán a preguntar sobre la falta de democracia o de derechos humanos. Si no lo hicieron antes, menos ahora que Donald Trump regresa a la Casa Blanca y cuenta con Mohammed Bin Salman para la paz en Medio Oriente. Los sauditas han marcado un golazo.
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