María Sol Borja

Algo de esperanza tiene que quedar a los ciudadanos para ir a votar y luego, exigirle al gobernante y los legisladores que sean los primero en cumplir la Ley y la Constitución.

Las dictaduras no se perpetran necesariamente de un día al otro; se van construyendo también con pequeñas acciones como negarse a encargar la Presidencia a la Vicepresidenta constitucionalmente elegida.

Se callan las instituciones, los ministros y el presidente, cruzando los dedos, para que la gente olvide. Para que la muerte de cuatro niños que no son los suyos, no sea tan grave.

El problema con Alondra es la ejemplificación del problema que los poderes tienen con el ejercicio de la libertad de expresión.

Daniel Noboa es el Presidente de la República y todos lo sabemos. Todos, menos él. Da la impresión que no termina de dimensionar lo que significa.

El poder político desde Carondelet puede convertirse en una máquina que tritura todo lo que no se adhiere a su verdad oficial.

Que el presidente nos caiga bien o mal es indiferente; una democracia sólida sabe que buena parte se sostiene por el ejercicio del escrutinio público.

Lo nefasto es que políticos como Noboa —que está lejos de ser la excepción— consideren que se puede hacer política y gobernar un país improvisando.

¿El Estado está deteniendo a quien debe detener o es una pantalla distractora para justificar una política ineficaz y de pocos resultados?

Es legítimo que tengamos dudas sobre cómo el ejercicio del poder público puede también ser utilizado para beneficio de asuntos privados.