Por qué el Estero Salado puede prevenir más inundaciones en Guayaquil
Con más de 3.700 hectáreas, los manglares del Estero Salado bombean oxígeno a Guayaquil e impiden que decenas de casas queden bajo el agua.
Panorámica de uno de los ramales del Estero Salado, de Guayaquil.
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Guayaquil y su Estero Salado nacieron juntos, y por décadas, el estuario ha representado un atractivo turístico, fuente de vida silvestre y de oxígeno.
Ubicado de norte a sur, este brazo de mar irriga de oxígeno a Guayaquil como lo haría un corazón a un ser humano.
El único inconveniente es que este corazón verde de la ciudad está en terapia intensiva, aquejado por la contaminación de aguas residuales y la basura.
Pero además de sus servicios ambientales, el estero cumple un papel clave para proteger la ciudad de inundaciones.
En palabras del docente investigador de la Escuela Politécnica del Litoral (ESPOL), Erwin Jiménez, el Estero actúa como un poderoso drenaje frente a las lluvias.
"Si no fuera por el Estero y esos arbolitos que 'huelen mal', hace rato que con las lluvias y la marea alta, áreas urbanas de Guayaquil hubieran colapsado".
Erwin Jiménez, profesor de la ESPOL.
Algo similar opina la experta de la ESPOL, Julia Nieto, indicando que uno de los servicios ecológicos más valiosos del Estero es controlar la marea.
Es decir, pese a la tala de mangle que ha sufrido, sin el Estero, todas las casas y negocios asentados en sus riberas ya hubieran quedado bajo el agua.
Y en una ciudad como Guayaquil, que se inundó severamente el pasado 23 de marzo, conservar el manglar y su estero debería ser prioridad, dicen los expertos consultados.
Cómo es el Estero
El Salado es en realidad parte de una Reserva Faunística de 3.700 hectáreas, según datos del Ministerio del Ambiente.
Tiene bosque de mangle, espejos de agua dulce y canales de agua salina.
Cuando alguien pasea por Guayaquil, es fácil observar sus riberas en el norte, a la altura de las ciudadelas como Urdesa o Kennedy.
Y también hay estero en el sur, por el Suburbio o el Cristo del Consuelo.
Sus aguas son turbias y de un color verde oscuro, y esto se debe a que casi el 60% del estero está contaminado por desechos residuales.
Estos residuos, en especial de carga orgánica, provocan ese olor nauseabundo o a huevo podrido en el Estero, especialmente cuando la marea está baja.
Al margen de la contaminación, el estuario es hogar de peces, aves migratorias y al menos cuatro variedades de mangle.
Predominan el mangle rojo o Rhizophora, y la garza blanca de la especie Ardea herodias, que es fácil observar mientras sumerge su pico entre la basura.
“A veces se subestima el rol estético del Estero y el mangle, pero en un lugar sin cobertura vegetal como Guayaquil, es fundamental”, dice otra investigadora de la ESPOL, Andrea Reyes.
Una ciudad poblada debe contar con casi nueve metros cuadrados de áreas verdes por habitante, según la Organización Mundial de la Salud.
Pero Guayaquil tiene apenas 1,12 metros cuadrados de espacios verdes, indican datos del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC).
Un estuario contaminado
La contaminación del Estero comenzó cuando se asentaron viviendas, negocios y hasta fábricas industriales al pie de sus riberas.
Era la década de los 80 y la expansión demográfica de Guayaquil motivó la migración y la tala del manglar en el estuario.
Se abrió paso entre el mangle para hacer crecer a la ciudad en sectores como Urdesa o la Universidad de Guayaquil, en el norte. Mientras que los más pobres invadieron el sur, terrenos que más tarde fueron legalizados.
Con la llegada de habitantes a sus riberas, arribó también la descarga de desechos orgánicos sin tratamiento alguno.
Por las tardes, aún es posible ver la descarga de líquidos grisáceos en el puente sobre la ciudadela Miraflores, también en el norte.
Otra fuente de polución es la basura, plásticos en su mayoría, que se han arrojado por décadas.
Datos del Municipio de Guayaquil indican que entre 2019 y 2022 se recolectaron más de 34.900 toneladas de residuos sólidos en el estero.
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